2.1.14

Hay un barco, a lo lejos...

Estamos en una playa. Es el verano de 1983, o de 1984, quién sabe. Es de noche. Hay una hoguera. Unas salchichas a la lumbre. Quizá algo de queso. Hay dos hermanas. Y hay cuatro niños. Hay estrellas. Al fondo se intuye la ballena, a la luz de la luna. Va a pasar a lo lejos y nos va a saludar con la sirena del barco, nos dicen. Y los niños esperamos ansiosos ver cómo esa luz que se ve a lo lejos, mar adentro, silueta de un barco mercante capitaneado por un hombre bueno, saluda en la noche cantábrica a sus hijos y a sus sobrinos. Aquel hombre bueno, el que me explicó una vez cómo funcionaban las mareas, murió. Y con él, como el de todas las personas que nos han acompañado en nuestra vida, murió también una parte de lo que yo fui. Y mientras oía hablar a su hijo, que es Mi General y casi mi hermano, en el entierro, comprendí que todos vivimos, de una u otra manera, en aquellos que nos conocieron, en aquellos que alguna vez nos ayudaron. En todos aquellos que, de una u otra manera, nos amaron. Y mientras llevábamos el féretro yo deseé, (me pasa en ocasiones), que al final los cristianos tengan razón y que, guiado por la Virgen del Carmen, mi tío Antonio nos esté esperando en un barco mercante para recibirnos, dentro de muchos años, y volver a contarnos a los niños historias de la mar mientras rebuscamos con las manos en la arena de la playa de nuestra infancia.


Descansa en paz. Y que la tierra te sea leve. 

1 comentario:

Juan de la Cuesta dijo...

Éste sí es el mi Perdiu,éste y no otro.