Hay
otro elemento en el libro que ayuda a explicar cómo hemos llegado hasta aquí en el tema catalán. Quien domina el lenguaje es quien fija las reglas del juego. Y en el lenguaje común de la España democrática, especialmente para la socialdemocracia, Cataluña es la civilización y el resto es barbarie. Todos han jugado a eso durante años. Los terribles complejos de la izquierda española. A lo que vamos, para el autor del libro, el PSOE es una organización “implantada en todo el Estado”. Leyéndolo
uno cree al principio que el autor opina que el partido está en todos los
ministerios, en ltodas las diputaciones y en los ayuntamientos. No, se refiere
al país, a España, haciéndolo sinónimo de Estado, con esta manía tan cara a los nacionalistas de no
citar nunca España y confundir la nación, sea lo que esta sea, con la estructura
jurídica.
Todo está en el lenguaje. En esta línea, claro, a lo largo del libro el gobierno central es el “gobierno español”,
Cataluña un oasis político y (de verdad lo pensaban) Joan Clos estaba construyendo “la
mejor ciudad del mundo” (¿?).
La verdad es que lo de Clos merece trato aparte. Hay un párrafo del autor tan
jabonoso que causa algo de rubor leerlo, pero no me resisto a reproducirlo (en la página 170):
“De cerca no parece, mejor dicho, no ejercer de alcalde de una gran urbe. Más bien
se muestra como un ciudaano más al que le gustaría que su ciudad funcionase
como su hogar. Es un hombre tranquilo, pero al mismo tiempo irradia vitalidad. Es
un personaje público, pero resulta evidente su deseo de ser un ciudadano
normal. En las pausas del rodaje, tomando un café en la barra de cualquier bar
cercano, más de un vecino cuchicheaba, cerca de nosotros: “no parece que sea el
alcalde”.
¡Oh que hermosa conjunción socialdemócrata!. Conseguir soplar y
sorber a la vez ha sido el gran éxito de esta gente. Sólo ellos son capaces de presentarnos a un hombre que a la vez es "tranquilo y vital", "ciudadano normal y
hombre publico" además de "hogareño y cosmopolita". Por cierto que al pobre Clos no le han concedido el deseo de ser un "ciudadano normal". Tras ser ministro en Madrid lo nombraron embajador y desde 2010 dirige el programa ONU-Habitat. Si fuera un siniestro personaje del pepé diríamos que no se ha bajado del coche oficial, pero como es un abnegado servidor de los demás, agradeceremos de manera sincera su compromiso...
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