3.11.13

Noviembre, claro...

Miraba a nuestro padre, al Lago Mar, (como lo llamaban los monjes y como aún lo sigue llamando Lauru), desde el ventanal. Lo miraba mientras paseaba por la playa. Luego miraba las castañas. Sus pellizos. Y, mientras las apañábamos, todo lo presidía la luz de noviembre. Veía crepitar la leña en la chimenea. Y veía el humo de la lumbre. Y todo lo presidía la luz del otoño. En esas circunstancias, era imposible no recitar a Claudio, al maestro Claudio Rodríguez, en todo su esplendor. 

Había que haber nacido en el oeste para escribir un poema que empezara así...

Llega otra vez noviembre, que es el mes que más quiero
porque sé su secreto, porque me da más vida.
La calidad de su vida, que es su canción,
casi revelación,
y sus mañanas tan remediadoras,
su ternura codiciosa,
su entrañable soledad.
Y encontrar una calle en una boca,
una casa en un cuerpo mientras, tan caducas,
con esa melodía de la ambición perdida,
caen las castañas y las telarañas.

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