Vuelvo
al sur. Pero ahora hacia el oeste. La legendaria Gadir.
Sigo viendo las
casas de Mojácar cuando bajo del avión. Cuando
vienen a mi cabeza aquellos versos que hablan de pueblos perdidos en la
Andalucía del llanto, ahora aparece Mojácar de manera
recurrente. Una ciudad sobre la colina. La frontera oriental del reino de Granada. Una entrada, me lo enseñó Jesús un sábado de junio resplandeciente, antes de
volver a pecar a Madrid, en forma de “s”, para evitar la entrada a galope de
los caballos.
Pueblos blancos, en fin. Pueblos desde los que buscar una ventana para ver de una vez el mar. El mar lejano. El mar inabarcable. El mar de sal. El mar de la luz...
Cuántas
vidas se quedan sin vivir dentro de lo que somos.
Y de lo que hubiéramos
deseado ser…
Andalucía:
Agua clara y olivos centenarios, que hubiera escrito Lorca.
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