Mujeres.
Al
menos cinco. Una valenciana. Acabando la universidad. Tiene una beca para irse
a Corea. A la Corea democrática, claro. Lleva meses aprendiendo coreano. Ir a
vender allí nuestro petróleo: la lengua. Los recortes le han dejado el proyecto
en el aire. Ahora no sabe qué pasará. Se nos va la tarde hablando de la zona
desmilitarizada, y de la necesidad de viajar cuando uno tiene veintidós años.
Una
pucelana. Haciendo un grado de comercio. Abuelos de Peñafiel. Las fiestas. El
coso. La Paqui. La legendaria Paqui. La judería. Se nos va la tarde a vueltas
con la piratería. Como tanta otra gente de su generación, considera divertido
robar contenidos digitales y nunca se ha planteado ningún dilema ético al
respecto. Tres horas de conversación
hacen que, al menos, empiece a pensar en la descarga de contenidos como
lo que es.
Una
sevillana. Estudia derecho. No tiene claro lo que quiere hacer con su vida
cuando acabe el grado. No va bien de inglés. Quizá irse unos meses a trabajar a
algún país del ámbito anglosajón. Se nos
va la tarde hablando de la feria, y de los recuerdos de la Sevilla que conocí cuando el mundo era ligero y yo pensaba que podía escribir en él con mi
dedo grande en el aire.
Una
catalana. Nacida en Eindhoven y que llegó a Barcelona tras haber vivido en
Bruselas. Sin acento. Políglota. Estudia ciencias médicas. Uno de estos grados
raros de Bolonia. Pero me faltaba algo, así que lo compagino con filosofía. No
hay humanidad sin unir la técnica con el conocimiento.
Una
cordobesa. Estudió cuidado social. Está la cosa muy mal. Aquí no hay nada. No
hay presente. No hay futuro. Nos hicimos nihilistas porque aquí ya no quedaba nada a lo que odiar.
Una
venezolana. Llegó a Galicia hace diez años. Huyendo del horror del chavismo. De
la inseguridad que se ha ido comiendo Venezuela en los últimos años. Estudió
empresariales. Se ha cansado de Santiago. Como en una de Sabina, tal vez un día
se vaya a Madrid, haciendo autostop.
Trabajar
en consultoría permite no sólo recorrer España y disfrutar de la gastronomía.
Permite sobre todo, a poco que uno afine el oído, descubrir aquella intrahistoria
que nunca saldrá en los medios pero de cuyo tejido se obtiene la imagen de nuestras vidas…
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