Estuvimos
en Albacete. Una buena forma de combatir el pesimismo y el clima depresivo que
todo lo va cubriendo es tomar la carretera y marchar con amigos a descubrir
otras vidas. La vida es una elección, y por ello siempre presenta alternativas:
dónde estar, para qué. Y con quien. Acampamos en la Manchuela. Un paseo
a la noche, reconstruyendo la historia del pueblo
con algunos trazos: el horror del hambre, el delirio de la guerra civil;
bastante bien hemos salido para venir de dónde venimos. Mucha de la gente que
se fue no ha vuelto. Se trata de una situación que me irrita al contacto,
áspera como es; pero mi interlocutor, un hombre sabio, me razona los motivos:
¿Volver a dónde alancearon a tu padre? ¿a dónde violaron a tu madre? Vuelva el que tenga, hubiera dicho Cernuda...
Al
día siguiente, Alcalá del Júcar. Unas hoces en toda su expresión. Un pueblo
colgado de una ladera, vigilado por un castillo, centinela de un mundo que no
volverá… Seguimos la visita en Casas Ibáñez y
echamos la noche en la capital de la provincia.
Comer
y beber entre amigos: uno de esos placeres que los dioses nos envidian. Hubiéramos
brindado por Lucrecio, pero era con rosado y de fondo
sonaban los suaves:
“Por un momento las
penas se olvidan, y ahora es calle lo que era calzada…”
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