4.1.13

Como en aquella novela de Márai


Ha caído ya la noche. Fuera hace frío. Es el invierno senabrés: "las montañas más frías de toda Castilla", como las describió aquel jesuita de leyenda a mediados del XVII. Hemos cenado, pulpo a la brasa y ese delicioso atún toro rojo que aquí sólo preparan en Las Misas. Ahora estamos en casa. Sobre la mesa un vino exquisito. El delicado paladar del Valbuena 5º, ya devorado. Dos copas. Toda una noche de tertulia. El cenicero rebosa... 

Dos hombres, frente a frente; recordando un pasado que de familia los convirtió en amigos;  analizando un presente concebido como desafío. Han sido muchos quilómetros para juntarse y mañana se separarán de nuevo. Las horas de conversación confirman, como escribió Luis Alberto de Cuenca, que los viejos amigos son esos que al morir recordaremos como aquellos que nos ofrecieron un día la extraña sensación de no sentirnos solos.

Amanecerá en breve. Es hora de ir a dormir. La conversación, como una vez intuyó el Señor de la Montaña, aquel nieto de judíos expulsos, es el alimento del alma. 

Y es que la vida, más allá del paisaje, son las personas que nos acompañan.

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