12.9.12

Otra visita


Pero la visita al Nacional del Prado tenía un segundo aliciente. La amistad entre Murillo y el sacerdote Justino de Neve, sin la cual es complicado entender la producción del artista. A Murillo, tengo la intuición, se lo comió su paisano Velázquez. Me voy acercando al XVII español, un siglo del que nunca me fui del todo, ahora que ando recorriendo las estancias de la Monarquía Católica de la mano del maestro Díez del Corral. La exposición es magnífica, un pintor maduro, con ese autorretrato moderno, con un barroco sevillano en todo su esplendor. La modernidad que hay detrás del retrato del amigo. La lógica política en la Sevilla portuaria del siglo XVII. Una exposición para entender aquel mundo.
Salgo de la exposición pensando que a Sevilla, como a Toledo, tampoco le ha hecho ningún bien acabar siendo capital autonómica. Una ciudad que fue en su momento una ciudad-mundo, reducida a las cenizas del funcionariado. Hubo una Sevilla que va al menos desde el rey Pedro, un sevillano de Burgos, hasta la época de Murillo, cuando la ciudad era un eje comercial de alcance internacional. Una Sevilla que desapareció y a la que bobadas como la Feria de Abril, ese invento catalán, ha convertido en un trampantojo.

Al fondo del todo, en cualquier caso, el saqueo al que los franceses, con Soult a la cabeza, sometieron al país durante la ocupación, un país al que trataron como un territorio conquistado. Nada más que robos y devastación.

Menos mal que venían a traer la luz al país, como dijo la que fue pasará a la historia como la vicepresidenta del peor gobierno de la democracia…

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