30.9.12

Llovía, aquella mañana también llovía (y II)


Llueve. Aquellos Losada.

Una estirpe de traidores. De advenedizos. Enrique-cidos por un rey bastardo y felón. Enloquecidos por el dinero que el tal monarca repartió entre sus conmilitones cuando hubo acabado con el Rey Pedro y con el futuro de Castilla. Pero la suerte no dura para siempre. Pocos años después, apostaron por el perdedor. Ironías de la vida, esta vez lo hicieron por apoyar a la reina legítima, doña Juana, en la guerra contra su sobrina. Y perdieron. Supieron lo que es tener que huir por haber sido fiel a un juramento.

Llueve. La lluvia atenúa el dolor. Es un paliativo contra le melancoloía. En los papeles me habla Leonor de Melgar, la esposa de aquel Diego de Losada. La casaron cuando apenas tenía siete u ocho años. Por aquel entonces, la mitad de nuestra sierra era de los Losada y la otra mitad era de los Pimentel. Leonor relata sus penas. Era hija de Juan de Melgar y en total estuvo casada con D. Diego unos catorce o quince años. Nos habla. La escucho. Se queja. El merino de la Puebla trataba mal a los Losada. Llegaron los conflictos. Y cada uno se posicionó en un bando. Los Losada, que tenían esta tierra gracias a la donación de un rey traidor, juraron lealtad a la reina legítima. Los Pimentel, especialistas en traiciones, se aliaron con la princesa Isabel.

Nieta de reyes. Esposa de reyes, fue su tío Alfonso el que levantó su bandera, tras casarse con ella. Llegó una guerra. Larga. Dura en esta la mi tierra. Todo terminó en las campas de Peleagonzalo, en marzo de 1476La guerra la ganó Isabel. A los partidarios de Doña Juana sólo les quedó la muerte o el exilio. Un exilio a Portugal, de donde era la madre de JuanaDon Diego marchó al exilio y con él su mujer. Vivieron en Berganza, ciudad en la que Losada murió, melancólico, sin poder volver a su tierra. Exiliados, dice la Melgar, porque su marido “avía seguido el partido del Rey de Portugal.
Sigue lloviendo.

Es tarde ya

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