Aquella gente peligrosa. Su visión
sobre la religión. Cada día que pasa soy más agnóstico: no tengo capacidad ni
para afirmar ni para negar la existencia de un Dios. Respeto a todos los
creyentes. A veces los envidio. A veces no puedo evitar pensar en ellos de
manera algo condescendiente. Los respeto porque en general me respetan y cada tengo más claro aquello que repetía la abuela de Maalouf: una casa sin ninguna religión es una desgracia,
como también lo es una casa con demasiada religión.
La gente peligrosa dio un paso
que yo quizá no daré nunca: vengo del mundo que vengo y hay cosas que no puedo
violentar sin violentarme a mí mismo. Es lo que hay. Ellos pasaron de la duda a
la negación. A la negación radical. Tampoco mi mundo, gracias a Dios, es el
suyo. Vivir en un entorno dominado por la superstición y la ignorancia es una
invitación para enfrentarse a él de manera radical.
Pero de fondo, al final del todo,
hay muchas cosas de interés en sus reflexiones: el valor de la religión como
mecanismo de control social. La forma de violentar la conciencia y los actos de
alguien que se cree vigilado por fuerzas que todo lo ven...
Al final, aquel
cinismo de Voltaire cuando decía que “quiero que mi abogado, mi sastre, mis
criados, e incluso mi esposa crean en Dios; pienso que de esa manera me robarán
menos y me podrán menos los cuernos”.
Esa sensación, tantas veces
experimentada de que, en el fondo, de obispo pa´rriba…
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