Llegado
a la Senabria. Siempre me acuerdo de este poema del profesor Juaristi cuando empieza el verano. Y hoy no
quiero dejar de compartirlo. Un poema titulado, qué cosas, Las viejas amistades. Los ritmos de nuestra vida se acompasan, cada vez
más, a los ritmos de nuestros versos más cercanos.
Disfrútelo, desocupado lector
Has
subido al desván la ropa de entretiempo
y
presagias jornadas
de
fastidiosa corrección de exámenes
y
eventuales disturbios neurasténicos
cuando
te quedes solo en este quinto piso
de
una calle con nombre liberal.
Mirando
al sesgo los escaparates
compruebas
que regresa el rancio estilo
de
los años cincuenta (en bañadores)
y
alguien te dice que se marcha al Turco
o
al balneario castrista.
Entonces
te preguntas
cómo
será el verano de Rafael Ubierna
en
su risueño cementerio cántabro,
sobre
el mar que lo arrulla con dolientes peanes;
cómo,
el verano de Perico Urquiza,
capitán
de mercantes por heladas derrotas;
cómo,
el de Antón Eguía, monje en Silos,
que
fuera diestro cazador de chochas,
o
el de Pepe Lecanda,
asidua
carne de hospital psiquiátrico,
de
cuyos diez intentos de suicidio
fue
cada cual peor
que
el anterior.
Sin
transición pasasteis, hace un cuarto de siglo,
de
Karl May a Karl Marx. De marzo a mayo,
vuestras
primeras novias buscaron el arrimo
de
discretos garzones unidimensionales.
Y
acertaron, sin duda, pues vosotros,
ajenos
a los usos de la vida,
confundíais
aquello
que
aliviaros podía del tiempo y sus estragos
(es
decir, esa suerte de rutina apacible,
muro
de hábitos nimios que los sabios erigen
frente
a las embestidas del impulso tanático)
con
cierto desarreglo vagamente romántico.
A
quién pedirás cuentas de tus años inútiles,
parte
maldita que cediste al viento,
hoy,
que empieza el verano
y
te faltan las viejas amistades.
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