5.7.12

La revolución del sesenta y ocho


El libro de De la Fuente Monge, sobre los revolucionarios de 1868. Ahí ando, viendo llegar la revolución del sesenta y ocho, cómodamente sentado en el Casino de la Puebla. Es verano y todos saben que esto no da más de sí; la monarquía isabelina ha ido cavando, poco a poco, su tumba, con la ayuda inestimable de los decadentes moderados, los neocatólicos y de los inexpertos progresistas. El libro hace hincapié en la imbricación de los militares, especialmente los unionistas, con los progresistas para dar el golpe de mano. El papel de los demócratas y sus alocadas alusiones al pueblo fue siempre menor. Las acciones civiles se subordinaron, en casi todos los casos, a las militares. También  llama la atención el carácter de guante blanco de la revolución; frente a lo que pasó sesenta años después, el cambio de poder se hizo de manera razonablemente pacífica… nadie entró en los despachos a fusilar a nadie. Ni siquiera lo de Alcolea fue, en sentido estricto, una batalla. Era septiembre y la revolución gloriosa había triunfado. Desde mi ventana se veía ya que los días eran más cortos y al serano, después de la fiesta, nos quedábamos ya fríos. Vendrían cambios, aunque ninguno sustancial, en realidad. A mí me fueron naciendo los hijos, mataron a Prim, Serrano intentó una dictadura a lo MacMahon y Cánovas vino a poner orden a los pocos años. Una década después, seguí(an) (amos) mandando los mismos. Ya sabe, desocupado lector, que de obispo pa´rriba…

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