La
ejemplaridad. Llegué al concepto, y no me importa reconocerlo, de
la mano de Javier Gomá. Y sigo con lo mismo, en parte, gracias a
sus reflexiones, algunas especialmente atinadas. La
necesidad, como el magistrado piadoso,
de ser ejemplares. No sólo en la vida pública, que también, sino en la privada.
Al menos, para determinados personajes claves en una democracia: el Rey, el
Presidente del Gobierno, el Presidente del Tribunal Supremo. Lo son las
veinticuatro horas del día. Y ahí está el tal Divar.
Tan pío, tan benéfico. Con
fines de semana de cuatro días. Fines de semana
muy importantes. Tan importantes que Divar consideró
necesario que los contribuyentes pagaran parte de sus cenas o de sus estancias.
No sé si eran viajes necesarios o no. Si él lo dice, yo me lo creo. Pero lo que
no soporto es ese tono de “yo-no-tengo-que-dar-explicaciones”.
¿Cómo que no? Claro que sí, y más por el puesto que ocupa. Una cosa es la
discreción, necesaria, con la que determinadas instituciones han de trabajar… y
otra es pensar que las instituciones son un cortijo. No lo son. O no deberían
serlo.
Cuando
un funcionario piensa que no ha de dar explicaciones, es que entonces los demás
hemos debido explicarle muy mal en qué consiste su trabajo
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