Estuvimos
viendo al Profesor Lazahr.
Una película hermosa. Lenta, y ese es su gran pero, como todas las películas de
inspiración francesa. La precariedad de la vida de un refugiado. Los recuerdos que
encarcelan. Vivir en un entorno que no es el tuyo. En una vida que no es la que
pensaste. La fragilidad de la memoria. La identidad como una prisión. Un magnífico
Fellag en el papel de un
profesor casi cincuentón, derrotado por la memoria. Y de fondo, el Estado. Ese artefacto
siniestro. Aquel monstruo frío del que habló Nietzsche, que desconfía de todos. Que ni perdona ni olvida. Pero no es una película
triste. Hay dulzura en los niños, en la niña algo repipi que se sabe
inteligente y en el
niño rebelde que no sabe contra qué lucha. También, en esa profesora que busca pero no
encuentra. Una película hermosa, de esas que ganan con la distancia
Salía
del cine pensando, entre otras cosas, en aquellos versos de un Pacheco que me
sigue fascinando, al azar, en mis lecturas en soledad de la noche: “A los veinte años nos dijeron; hay / que
sacrificarse por el mañana […]”
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