El tal López. Ya escribí alguna
vez que nunca
me ha parecido un tipo de confianza. Alguien que mantiene como presidente
de su partido en una provincia a un
maltratador no es de fiar. Alguien que se reúne con la ETA y se enorgullece
de ello no merece mucho crédito. Ese complejo que late por su venas de no soy
suficientemente de aquí y tengo que conseguir que los amos del caserío me
extiendan el “eusko-label”. Esa
socialdemocracia española, tan avergonzada
de serlo. Tan feliz de considerarse, en sus sueños con Onán, francesa a todos los
efectos.
Menudos botarates.
Hubo, después de tantos años,
una oportunidad para que por fin hubiera un gobierno no nacionalista en el País
Vasco. Y nos tuvo que tocar el tal López como presidente. También es mala
suerte. Nunca entendió, como creo que sí que lo supieron ver Nicolás
Redondo o Mario
Onaindía, que a la política
identitaria y desacomplejada de los nacionalistas vacos, cruentos o incruentos,
ha de responderse con una política radicalmente no nacionalista. No hay que
debatir grados. Hay que impugnar la raíz. Jugando a debatir grados siempre
ganarán ellos.
Y así llevamos décadas…
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