Era la Sacramental. Mi padre,
casi con ochenta ya, sigue subiendo a tocar las campanas. Lo acompaño. El ritmo
de la música para llamar a los fieles. Debían oírse también en la sierra, para
que los vecinos supieran lo que pasaba o recordaran que había que ir a la
Iglesia. Hay un lenguaje de las campanas que se va perdiendo. En la Parroquia hay
dos. Una es de 1872, “soy del concejo de
Santa Colomba”, lleva inscrita, orgullosa. Es la Santa Bárbara. Con ella se
tocaba cuando empezaba a granizar, para que la ira de Dios no arruinara las
cosechas. La otra es “la campana grande”.
Se fundió en Salamanca en 1944, porque la otra, que era aún más grande, “estaba rajada ya” me dice mi padre antes
de empezar a tocar a misa. Las campanas, sus ritmos y sus ritos, explican mucho
de cómo era la vida en el medio rural castellano hasta hace unos cincuenta o
sesenta años.
A mi padre le hace especial
ilusión, así que entro a Misa con ellos. Lo importante son las personas, no los
ritos. Y cuando puedes hacer feliz a alguien cumpliéndolo, ¿qué problema hay?
Ninguno. No había ninguno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario