Me puse, ya en serio, con el
futuro de la libertad, de Zakaria. Un ensayo
para dedicarle un rato, cortesía de Oscarnello
Matzerath. Dialogar con el lector y hacerle preguntas; en eso
consiste todo. En el libro, la diferencia entre la libertad y la democracia. Esa
sensación de que algunos, que
nacemos pelirrojos y manirrotos, somos mucho antes liberales que demócratas. La
posibilidad de que existan Estados democráticos sin libertad, como la Rusia
de Putin o la Venezuela
Chavista. También hubo, es cierto, Estados
liberales sin democracia, pero era un camino sin retorno: de la
libertad se camina hacia la democracia, pero desde la democracia se puede
caminar hacia el abismo cuando uno se abandona a la tiranía de la mayoría. Pero
el libro tiene más fondo. Esa tesis que ya me contó John the Minor. La libertad nació de la separación entre el Papado
y el Imperio. Por eso nació aquí, en Occidente. Constantino se fue
de Roma y dejó a su obispo allí. De ahí venimos y sin eso no podemos entender
la Humillación de Canosa.
Porque la ausencia de un único poder regio facilitó que la iglesia católica
fuera un poder diferente al civil. No como pasó en las confesiones ortodoxas,
donde la fusión
entre la Iglesia y el Estado acabó siendo total. Quizá
por eso la Iglesia es lo que nos queda de la vieja Roma: las
mismas lógicas universales; la misma desconfianza ante la centralización
excesiva. Aquel mundo empezó a disolverse con el Estado ilustrado. Secularizar
a Dios para poner en su lugar a la Nación. Cuando gana la centralización, suele
perder la libertad, pero entonces no nos dábamos cuenta. Yo aún vivía en la
Sanabria y me pasé el siglo XVIII ayudando a Cantón a levantar la capilla de su
pueblo, que ya era el mío. Y llegó la
Francia de 1789: un ejemplo de como la democracia puede
cargarse la libertad, o los problemas de cambiar el despotismo del rey por el
despotismo de la Asamblea. Ya lo escribió Umbral: el pueblo no es más que ese golfo que lleva
dos siglos subido a una farola viendo pasar la historia…
Sólo la libertad garantiza los
derechos de los individuos. Muy por encima de lo que lo puede garantizar un
sistema democrático.
Ese carácter francotirador de
los dos o tres liberales que vivimos en España. Esa banda sonora, en forma de una canción del Loco: “Sin líder a quien adorar, / ni izquierda ni
derecha que me obligue a avanzar. / Desconfiado como un animal / que defiende
su espacio vital…”
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