El señor de Montaigne. Creo
que me va llegando la hora de acercarme a él. No se me ocurre una forma mejor
de hacerlo que a
través de Zweig. La vida se ve diferente cuando te acercas a
ella a través de aquel europeo último que
se quitó la vida, desesperanzado, en Petrópolis. Y de
la mano del Acantilado,
claro. Un breve acercamiento a medio camino entre en el ensayo y la biografía.
Dice Zweig en las primeras líneas que hay autores a los que uno puede acercarse
en cualquier momento, pero que otros, como Montaigne, exigen del lector no ser
“demasiado joven, ni tampoco carecer de
experiencia y desengaños”.
Está lloviendo en la Sanabria y
hay silencio en casa. Más cerca ya de los cuarenta que de los treinta, con
experiencias que pensé que jamás viviría, y con algunas melancolías tatuadas en
la espalda, me preparo para, sentado en el quicio de la ventana, mientras
llueve en la mi tierra, conocer al señor de Montaigne. Nieto, claro, de judíos
españoles expulsos.
La lectura. Esa forma de
conversación que trasciende las barreras del espacio. Y del tiempo. Bienvenido a la mi tierra, a mi siglo y a mis circunstancias, señor Michel Eyquem.
¿Conversamos?
PS: “Sabiendo que los puedo disfrutar cuando quiera, estoy satisfecho con el
mero hecho de poseerlos. Nunca viajo sin libros, ya sea en tiempos de paz o en
tiempos de guerra. Pero a menudo paso días y meses sin mirarlos. Los leeré poco
a poco, me digo, mañana o cuando me plazca... son las mejores provisiones que
he encontrado para este viaje de la vida”
Zweig, Stefan: Montaigne.
Acantilado, Barcelona, 2011. Págs. 59 y
60
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