13.12.11

Ciudades mágicas, de nuevo

Las ciudades hay que verlas siempre con alguna persona. Porque cada ciudad tiene su imagen y su sentido. Una o dos veces al año vuelvo por Toledo. Siempre con Jesús, eso sí. Son viajes mágicos a una ciudad que es mucho más que una capital de provincia o que una referencia administrativa. Esta vez tocaba recorrer, será el azar, el Toledo judío. Un viaje que también pudo haber sido un regalo, pero esta vez ya no pudo ser. Aunque el viaje en sí fuera un placer para los sentidos. Había niebla. Y frío. Esa niebla que sólo se da en las ciudades castellanas amarradas a un rio. Una niebla espesa, que no levanta en todo el día y que te acaba quemando la nariz. La judería. Este fue uno de los espacios más vivos de la ciudad. Cayendo al río. Protegida. Visitamos primero la sinagoga de Santa María la blanca, en plena aljama. Las sinagogas no responden a lógicas constructivas propias, se adaptan a donde van, entre otras cosas, porque donde se juntan diez varones judíos, ahí ya hay una sinagoga. Sus capiteles son hermosos, una fantasía oriental en medio de la mañana toledana, probablemente edificada por canteros moros. La sinagoga fue atacada en los pogromos antijudíos que se sucedieron en Castilla a los pocos años del asesinato del rey legítimo a manos de su hermano bastardo. Convertida más tarde en Iglesia cristiana, hoy no tiene culto y sigue siendo un edificio enigmático, como enigmático es, tantos siglos después, todo lo que rodea a la presencia judía en la península. El pueblo judío estuvo aquí más de quince siglos, pero sin embargo ha desaparecido de la memoria española. Se nos va la visita charlando sobre el tema, a esos tres conversadores empedernidos que nos hemos juntado. Y una duda, mientras abandonamos el templo: ¿cómo es posible que España sea un país tan antisemita si aquí nadie los recuerda ya entre nosotros?

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