7.10.11

Rumbo al este...

Emociona viajar a un sitio por vez primera. Es como la primera cita, qué le pareceré, me gustará, qué pensará de mí. Parto para el Oriente Próximo. Para esa confusa zona del mundo de la que viene la identidad de gran parte del mundo actual Si somos Grecia más Roma, nuestras religiones vienen todas de de aquella ribera del mediterráneo. Y aunque yo no sea ya un hombre religioso, la vida me ha enseñado a respetar las creencias de otras personas.

Nunca estuve allí, pero tengo la sensación de conocerlo de antiguo. Viajé cerca mientras leía el extraordinario libro de Ascherson sobre el mar negro, cuna de civilización y barbarie. Allí soñé con los lace, un pueblo sin identidad. Maic, compañero, amigo y anfitrión, me hizo ir con él desde el monte santo, recorriendo los lugares de Bizancio a lo largo de los siglos. Llegaron más lecturas, cómo olvidar a Lapierre y Collins y su oh Jerusalén. También Juaristi, quien me recordó que la heteronimia es judía por definición (y todos sabemos como es Pessoa, ¿verdad Mi Coronel?) ante la desconfianza que producen las identidades.

Aquel mundo mestizo, de minorías soportadas, ha ido desapareciendo ante el avance de la modernidad y de sus imaginarios limpios, impolutos y ordenados: aquí los judíos, ahí los cristianos y más allá los moros. Aquí los turcos, allá los griegos y para este lado los sirios. O los libaneses. Aquel brutal trasvase entre Grecia y Turquía. Ese horror de 1948. Cómo si sólo fuéramos mercancía etiquetada. Esa sensación de que a muchas personas la identidad, como la religión, les interesa sólo como rito o como mecanismo de control social. Como si lo único importante de alguien un domingo es saber si ha ido a misa por la mañana y por eso no está por la tarde en casa. Como si los ritos nos evitaran pensar. Como si la sinagoga fuera más importante que el camino que nos lleva hasta ella; como si el muecín fuera mejor persona que el hombre que pasa distraido por la calle.

Marcho al Líbano. Llevaré los ojos bien abiertos, un libro entre las manos y buena compañía a mi vera. Sólo así, quizá, podré entender las cosas que no se ven.


PS: Una conferencia [...] que O'Brien dio en Belfast en 1968 examina la lucha en el Ulster como si se tratase del desafío de Antígona a Creonte. El acto de «desobediencia civil no violenta» en virtud del cual Antígona se propone enterrar a Polinices engendra una extrema violencia: determina su propio suicidio, el intento de Hemón de dar muerte a su padre y su suicidio, el suicidio de Eurídice, la esposa de Creonte, y la destrucción de la existencia personal de Creonte y de su autoridad política. «Un precio elevado», comenta O'Brien, «por ese puñado de polvo echado sobre Polinices»

George Steiner, Antígonas. Una poética y una filosofía de la lectura, Gedisa, Barcelona, 1996, pág. 146

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