8.9.11

A vueltas con Sagasta

Ando acabando la biografía de Sagasta que ya comenté, escrita por el profesor Ollero Vallés. Termina cuando aquella fría mañana de invierno el general Martínez Campos se pronuncia en Sagunto a favor de la vuelta de los Borbones, mientras el General bonito está en el norte luchando contras los carlistas y el propio Sagasta, a la sazón presidente del Gobierno, decide no oponerse. La consulta de toda la documentación de la época, así como del magnífico catálogo de la Exposición que el gobierno de Aznar organizó en el año 2000 (y que recuerdo que fui a ver con Angeliello) me ha llevado a recordar viejas lecturas, como el fantástico libro de Varela Ortega sobre la Restauración.

Visto desde el siglo XXI, parece evidente que Sagasta y aquellos como él que optaron por el liberalismo transigente y pactista tras el fracaso de la Gloriosa tenían razón, frente a los radicales que con tanta pasión contribuyeron a la tragedia de 1936. En efecto, frente a las risas de Ortega sobre el “partido domesticado”, frente a las críticas de Azaña y frente a las bobadas africanas del tal Giner, hubo una izquierda liberal en España que optó, tras medio siglo de conflictos civiles, por pactar, por dejar fuera de la vida política al ejército y por asumir que entre el exilio o el gobierno, la vida política en un país moderno tiene sitio también para la oposición.

A Sagasta, por cierto, no lo ha reivindicado nadie (bueno, mi amigo Jesús en la transición…). Y todos lo odiaron. Si para la izquierda fue un vendido (colaboró con el régimen canovista después de haber sido condenado a muerte por el gobierno de la Reina en agosto de 1866), la derecha nunca le perdonó ni su condición de masón ni su lucha por los derechos individuales. Si los hunos ocuparon una finca suya en Jaén al inicio de la guerra y se dedicaron a fusilar su imagen y la de su mujer, los hotros descabezaron en 1941 la estatua que tenía en Logroño y la arrojaron al río.

El orgullo que supone que, en una guerra civil, los dos bandos vayan contra uno mismo.


PS: leyendo el proceso vital que experimentó Sagasta con los años, no puedo dejar de pensar en el que experimentó Indalecio Prieto, aquel socialista bilbaíno nacido en Asturias y que escribió una vez: “Los que somos liberales de corazón vemos aterrados que en una lucha probable se nos puede dejar sin bandera. [...] No se puede ser liberal y condenar el pensamiento discrepante reputándolo delito”.

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