12.9.11

Una entrevista, volviendo...

Volvíamos en el coche y sonaba la radio pública, la SER no, la otra, la Radio Nacional. Al fondo, la Culebra. Era una entrevista. A una mujer. Una mujer que vio morir asesinado por la espalda a uno de sus amigos, que además era su jefe, mientras comía. El relato de aquella jornada, de aquel paseo hasta el restaurante, del almuerzo con Itziar, de la inocencia de pensar que uno podía comer en la parte vieja de San Sebastián sin escolta y sin mirar a la puerta. Luego murieron muchos concejales más, pero hasta entonces no existía la sensación de que fueran a por ellos. Un año antes Enrique Villar nos había llevado de paseo por Vitoria y nos decía que ya no era como la transición, que se había ido ganando en libertad. Se acababa enero y yo estaba estudiando los exámenes cercanos de febrero. Ordóñez iba a ganar las elecciones que habían de celebrarse pocos meses después y se iba a convertir, casi con total seguridad, en alcalde de su ciudad. Una afrenta intolerable para el nacionalismo, especialmente para el cruento. Era volver al XIX: la ciudad liberal frente al campo carlista que la circunda. Peor aún, aquel hombre al que iban a matar se había atrevido a recomponer el centro derecha español en Guipúzcoa tras la cacería del nacionalismo durante la transición. Así que lo mataron. Así funciona el nacionalismo. Su lógica es tan primitiva como sus ideas.

Ver morir a tu amigo mientras almuerzas con él. Un chivato avisó y un asesino acercó la pistola hasta su nuca. La mujer, María San Gil, lo cuenta sin odio, tantos años después: “pensé que era una broma macabra”. Hasta que suena el disparo. Lo mataron a él porque no podían matar a todos sus votantes. Cayó muerto. “Hay que decírselo a Ana”, pensó después de salir corriendo tras el asesino. Ana Iríbar, la mujer de Gregorio. Otra mujer valiente. Oigo el relato de San Gil y me asombra la paz que transmite. La claridad. La necesidad de que haya vencedores y vencidos.

Recuerdo aquel día y recuerdo aquella muerte. Y recuerdo alguna decisión, íntima y personal, que tomé aquella tarde. Ahora ya de aquella mesa, cuenta, sólo queda ella. Enrique Villar murió de un cáncer hace unos años, lo mismo que aquella Itziar. Pero anima a la gente a que vaya a La Cepa: “los mejores pinchos de San Sebastián”.

María San Gil dejó la política, hastiada de componendas y de bobadas; hastiada de de muchas cosas, entre otras, de vividores que dan el salto desde la función pública a la política sin el menor interés por servir a los demás; sólo para medrar, sabiendo que tendrán un lugar al que volver cuando el sistema los triture.

Gregorio Ordóñez lleva dieciséis años muerto. Una fundación donostiarra mantiene viva su memoria. Su mujer lleva dieciséis años viuda. Dieciséis años, por Dios.

Su cuidad, San Sebastián, la ciudad liberal rodeada de peletos, hoy está bajo el ¿gobierno? de la misma gente que sonrió ante su asesinato y que han sido varias veces disueltos por la justicia por formar parte del mismo entramado que los asesinos.

Es lo que hay. Y luego hay gente que cree que la crisis más importante de España es la económica…

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