23.9.11

Cuando el mundo iba a llegar a su fin...

Hace tiempo que me cautivó Tom Holland. El hombre que consigue hacer ensayo histórico sin caer en la plúmbea escritura marxista. Divulgar con rigor, un poco en la línea de Asimov. Y además, escribir bien, con gracia. Me fascinó con Rubicón, el mejor libro sobre historia de Roma que he leído y que, junto con la serie de la HBO, me ha permitido ponerle por fin caras a los protagonistas del nacimiento del Imperio sobre las ruinas de la vieja República romana. Ando ahora con Milenio, un libro mal traducido que, me temo, ha pasado desapercibido en España pero cuyas páginas pueden leerse como un prefacio del 1492 de Fernández Armesto, siempre en busca de la respuesta de cómo fue posible que un mundo que en la Alta Edad Media parecía destinado a ser barrido de la historia, acabara dominando todo el orbe pocos siglos después. El libro se inicia narrando y explicando la humillación de Canossa. Un nombre de resonancias míticas. Aquel Bismarck clamando en 1872 ante el Parlamento: “no iremos a Canossa”. Cuántas veces, en diversas circunstancias, nos hemos repetidos todo alguna vez: “no iremos a Canossa”. En nuestra vida profesional, tantas veces. Pero también en la personal. Y de fondo, la novedad impensable, la brutal ruptura que supone para un Rey ir a humillarse ante un obispo. Algo nunca visto hasta aquel momento. Aquella idea que abre una puerta radical: una legitimidad para la tierra, otra para el cielo. Quizá vengamos todos de ahí. Quizá Canossa sea un eslabón más en lo que hoy somos, como lo fue Roma y como lo fue el cristianismo. Lo voy devorando, pese a la fatídica querencia de la traductora por la palabra fatídico sin ton ni son. Leer es ir abriendo ventanas a la vida. Es ir creciendo, como lo hace un niño. Es alejarse del día a día y ver el mundo cada vez con más perspectiva.
Lo escribió, cargado de razón, Margarit: la libertad es una librería…
Ya les iré contando.

PS: Debido a factores geográficos –como, por ejemplo, el litoral relativamente suave de China, la inexistencia de penínsulas importantes del tamaño de la de Italia o España y Portugal, la ausencia de islas importantes del tamaño de Gran Bretaña o Irlanda, o el hecho de que sus ríos principales discurran paralelos–, el núcleo geográfico de China se unificó ya en el año 221 a.C., y desde entonces ha permanecido unificado durante la mayor parte del tiempo, mientras que la Europa geográficamente fragmentada nunca ha estado unificada desde el punto de vista político. Esa unidad permitió a los gobernantes chinos imponer cambios en un territorio mucho mayor de lo que cualquier gobernante europeo pudiera haber dirigido jamás; cambios tanto para bien como para mal […]
Diamond, Jared: Colapso, por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen. Barcelona, Círculo de Lectores, 2006. Página 487.

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