2.8.11

Tras acabar una serie, a saludar a una vieja amiga...

Acabé, por fin, El Pacífico. Quizá la serie más floja de la HBO que he visto. La idea es buena, y está bien rodada, pero se hace un punto aburrida. Escenas de batallas de más de cuatro minutos, ideales para que un diletante como yo pierda el hilo con facilidad. Además, está mal subtitulada, en un mejicano macarrónico que hizo que ya me encabronara con ella desde el primer capítulo. Fue la última generación de jóvenes que fue a lucha porque había que hacerlo. Y que fue a morir porque era lo que tocaba. Una guerra aterradora, en el trópico. Ayer, cenando con Roger y con Manolo nos salió el trópico y todas sus servidumbres: las lluvias interminables, los mosquitos, las serpientes. Y esa selva que no termina nunca. Enfrente, además, un enemigo que supo juntar lo peor de la premodernidad con lo más terrible de la modernidad: máquinas de guerra manejadas por soldados de mentalidad medieval. Morir antes que rendirse. La justificación de un destino manifiesto que pondría Asia a los pies del Imperio. Esa idea de una nación como un solo hombre, racialmente pura, idealista, frente a la decadencia mestiza y materialista norteamericana. Esa idea tan arcaica que ve como algo a superar tanto el comercio como el mestizaje y que sigue anclada en el corazón de las personas en cualquier lugar del mundo. Ve uno la serie y entiende que la única forma de ganar la guerra sin que hubiera cientos de miles de muertos más era a través de la bomba atómica. Haber tenido que tomar el Japón pueblo a pueblo hubiera sido imposible.


PD: Esta tarde podré saludar a Cecilia Gallerani. Un placer volver a vernos, tantos siglos después.


PS: Hugo Estenssoro escribió: El gran triunfador de la modernidad, esa combinación de libertad y prosperidad para la mayoría, son los Estados Unidos, lo que explica el rencor inextinguible del resto del mundo. Pero los Estados Unidos no doblegaron, no vencieron, a la modernidad: la adoptaron y la hicieron suya hasta encarnar –como correcta, aunque inconscientemente, confirman los antiimperialistas– el espíritu mismo de la modernidad. A contramano de la historia moderna, esa decisión fue adoptada por un brillante grupo de intelectuales. En la Convención Constitucional de 1787, treinta y uno de los cincuenta y cinco miembros tenía un título universitario, lo que resultaba excepcional en la época. De hecho, había dos presidentes de universidades y tres catedráticos. Los más destacados (Madison, Adams, Quincy, Jefferson, Gallatin, Livingston) eran algunas de las mentes más brillantes de la época, aunque casi todos ellos eran también hombres prácticos que vivían de sus actividades profesionales o comerciales.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La buena es Hermanos de Sangre. NO te la pierdas.