16.8.11

De la política, de los cambios y del poder por el poder

Es interesante enfrentarse, tantos años después, a las figuras de Espartero, Príncipe de Vergara, y Narváez, Duque de Valencia. Nadie los recuerda ya. Vivimos en un país en el que el adjetivo libresco es despectivo. Aquellos dos espadones. Dos ayacuchos. Que uno fuera progresista y el otro moderado no estuvo claro de inicio. Espartero sólo fue claramente progresista después de que un gobierno moderado rechazara el ascenso de uno de sus subordinados. Narváez durante la década de los treinta dejó siempre patente sus simpatías progresistas y su fidelidad al propio Príncipe de Vergara. Pienso, mientras escribo con la noche senabresa de frente, en cuánto de impostura tiene la política. Cuánta lucha por el poder se disfraza de ideología. Pienso en aquel Companys, que presidía corridas de toros y que entraba en el salón de plenos del Ayuntamiento de Barcelona dando vivas a España en los años diez del pasado siglo XX. En aquel nazi de Sabino que creó la Liga de Vascos Españolistas antes de morir. En aquel Serrano Suñer republicano, en aquel Suárez falangista, en aquel Cebrián franquista o en ese Argala españolazo antes de ser etarra.

Pienso en todos ellos y me digo que sí, que es de sabios evolucionar. Y rectificar. Y luchar contra lo que uno pensó de joven. Pero de fondo, en cualquier caso, no puedo dejar de pensar en lo que mi amigo Paco, toledano sabio, me dijo un día mientras almorzábamos, creo que en Pulgar: desengáñate amigo: de obispo para arriba, ninguno cree en dios.


PS: El narrador, en la obra de Uribe, dice en un momento determinado: “A menudo pienso que todos mantenemos esa disputa en nuestro interior. Albergamos a un patrón de barco que pretende arriesgar; y a un carpintero que cuida de lo que más quiere y vela por su seguridad

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