15.8.11

Cine, antes de marchar

Nos íbamos de Madrid pero había que darle un último vistazo al cine. Poca cosa de interés en las carteleras, así que descartando nos fuimos a ver el caso farewell. La historia es buena y la película prometía: Vladimir Vetrov, un hombre que delató a los suyos para conseguir un futuro mejor para sus hijos. Perder para ganar siempre. Un coronel de la inteligencia soviética que ofrece gratis información a occidente para conseguir que el sistema caiga. La Unión Soviética implosionó porque muchos de sus ciudadanos no creían en aquella farsa. La película es francesa, y eso me llenó de prevención. Como es de allí, efectivamente, a lo largo de la misma se ven crecer las plantas. Le falta ritmo. Y esa es su gran pega. Kusturica hace un buen papel, la verdad, y mira que también me daba apuro pensar en él como protagonista. De fondo, la terrorífica razón de Estado, la guerra fría en los ochenta y la sensación de que todo el universo soviético era una mentira que sólo se tragaban los más bobos, muchos de ellos españoles, por cierto.
Salgo del cine y recuerdo aquel lamento de Brezhnev después de una reunión del Comité Central: pañales, camaradas, en las tiendas no hay pañales, dijo casi entre lágrimas, en un momento histórico en el que tenía edad de usarlos. Pienso en el golpe de estado bolchevique. Pienso en Keresnky, en la Rusia que pudo haber sido, en la Rusia que marchó exiliada, con Irene como metáfora, y recuerdo la sentencia de Bagehot cuando decía que en política, todo lo que no es necesario, es peligroso. No eran necesarios los bolcheviques. Por eso fueron tan peligrosos.

PS: A comienzos de los treinta se promulgó una ley de “densificación” de la habitabilidad de las viviendas. Las autoridades soviéticas pensaban que una sola habitación era suficiente para dormir, trabajar, reposar, comer y recibir visitas. Así pues, los apartamentos se transformaron en comunas.
Molina, Cesar Antonio: Lugares donde se calma el dolor. Barcelona, Destino, 2009. Página 273

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