4.7.11

Una novela de misterio en forma de exposición...

Hay gente que piensa que el arte es aburrido.

Que ir a ver una exposición es una buena forma de echar el rato o de quedar bien con alguna mujer o incluso con algún compañero de trabajo al que le está tirando los tejos. Nunca sabrán lo que se pierden. Fuimos a ver la exposición que sobre el joven Ribera ha organizado el Nacional del Prado. ¿El joven Ribera? ¿Por qué de joven? Yo, como tantas otras veces, no tenía ni idea, así que decidí ir y enterarme. La historia es fascinante, y si me permite se la cuento, desocupado lector. Resulta que de los primeros años de Ribera, un pintor que los italianos llaman el Spagnoletto y consideran tan suyo como nosotros al Greco, sabemos muy poco. Que nació en Játiva en el entorno de 1591 y que muy joven partió para los territorios italianos de la Monarquía. Esto es importante. No iba al extranjero. Iba a seguir siendo súbdito de aquella monarquía cristiana y universal pero en sus posesiones en la península itálica. El caso es que hasta hace unos años no se conocían obras suyas de sus primeros años en Italia, ya que hasta los años treinta del siglo XVII, es decir, cuando Ribera tiene ya cuarenta años, no aparecen casi obras firmadas con su nombre. El caso, y ahí viene lo fascinante de la historia, es que durante años, y a raíz del cuadro del Juicio de Salomón, se habló por parte del historiador italiano Longhi de un “Maestro del Juicio de Salomón”, autor de varias obras, como el Apostolado de Cosida, al considerar que eran de un mismo y desconocido autor. Así, hasta que en el año 2002 el italiano Giannni Pappi consideró que el Maestro era en realidad el joven Ribera y que las obras que se asignaban a esta autor desconocido eran en realidad del maestro en sus primeros años.

La exposición está bien montada, aunque los textos que la acompañan tienen algunos errores de bulto. Y resulta fascinante cuando, al acabar de verla, uno se acerca, como hicimos nosotros, a las salas 7, 8 y 9 que guardan la colección permanente del Ribera ya adulto que custodia el Museo. Las obras del joven Ribera, muy influido por Caravaggio, muestran temas y estilos tenebrosos. Ese San Bartolomé con su piel desollada, cuchillo en mano. Ese San Sebastián aseteado. Un artista se debe a su público, y hace lo que pagan. Los temas bíblicos. El inmortal Susana y los viejos. La resurrección de Lázaro. Muertos y martirios. Aquella Europa contrarreformada. La fe como un elemento político. El juego de sombras y de luces de Ribera como una metáfora del aquel mundo cercano ya al barroco. El miedo. La amargura. La muerte que a todos nos lleva.

Cuando luego uno compara sus obras con aquellas que sólidamente se sabe que son Ribera lo asaltan las dudas. No soy experto en arte, y bien que lo siento, pero hay matices que muestran quizá un tránsito, un salto demasiado arriesgado entre las obras de los años diez y las de los años treinta. No lo sé, pero quizá dentro de unos años el tema vuelva a estar de actualidad y alguien reivindique que el Maestro del Juicio de Salomón es en realidad otro pintor.

En cualquier caso, la muestra es magnífica.

No se la pierda. No te la pierdas. Eso sí, antes de ir, diez minutos de fantástica explicación pinchando aquí. De nada.


PS: Sale uno del cine y recuerda la sentencia de Fernando R. Lafuente a propósito de la nueva prensa que llega: “La ausencia de la cultura en los periódicos es la muerte lenta de una sociedad.”


PD: esta tarde empieza el Curso de Verano. A predicar de nuevo

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