17.6.11

Música y mujeres (un recuerdo)

Las mujeres que han marcado mi vida han dejado en ella, entre otras cosas, una memoria musical. Una memoria hecha a base de canciones que me las devuelven por un instante como en un bucle. Las imágenes se van tiñendo de sepia, pero no terminan de irse. Hubo aquella a la que recuerdo cantando aquello de “voldría ser capitá” con una voz dulce y bondadosa que desencajaba con el resto del perfil. Hay un recuerdo sobre un estribillo de los Panchos que me martillea la cabeza y del que no logro desprenderme. Se me junta con un recuerdo que va desde Marisol en Popayán, a trasluz, oscureciendo, hasta una bodega en el valle del Vidriales sobre música popular española.

Ocurrió el otro día. Salía de recoger las lentillas e iba andando a por el coche. A veces, de noche, las oigo cantar. Porque a veces, de noche, me transformo en Gabriel Conroy y todas las Gretta Conroy que ha habido en mi vida vienen a recordarme que yo también fui Michael Furey. A recordarme, en suma, que el papel que un hombre puede jugar en la vida se limita a ser Gabriel unas veces y ser Michael otra. Iba camino del coche, digo. Entonces la vi: salía del metro, e iba unos treinta o cuarenta pasos delante de mí. Fumaba. No me vio. Ni siquiera reparó en su coche, aparcado un centenar de metros más adelante. Y pensé, claro, en la canción de voldría ser capitá… Al llegar al coche paré y la seguí con la vista hasta que dobló, a la altura del Comité, para ir a su casa. Abrí la puerta, me senté en el asiento y arranqué…



PS: Ese último párrafo del relato “Los muertos”, de Joyce: “Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda. Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen y, más al oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon. Caía, así, en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Reposaba, espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos.”

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