26.6.11

Leyendo a Gomá en mi pueblo...

Paseaba esta tarde por mi pueblo, libro en mano. Hay poca gente, así que casi nadie me señala con el dedo. “Pareces el cura”, me decían cuando lo hacía en agosto y todo el mundo me veía. Ahora me cuido de hacerlo en público, tal es mi rubor. Voy ya por el tercer capítulo de un libro fascinante. Una invitación a la reflexión. Al deleite. Al pensamiento. Volver a leer a alguien que se explica con la cortesía con la que lo hacía Ortega. El libro habla de la ejemplaridad pública y está escrito, todo un descubrimiento a mis años, por Javier Gomá. Ortega: ese frontón sobre el que hacer rebotar todas nuestras reflexiones, como ya dijo alguien. Cómo construir una ética basada en la finitud y que acepte que la vulgaridad, consecuencia inevitable de la democracia, ha de ser el punto de partida. Qué ética para qué ciudadanos. Cómo afrontar el desencantamiento del mundo del que habló Weber y que nos trajo la modernidad. Ese mundo, ya lo sabes, en el que todo lo sólido se desvanece en el aire.

Voy por el tercer capítulo. Y lo leo de paseo, como hace un rato, y también en la cama. Como ahora. Lo leo solo, pero eso ya no es culpa mía. El placer de compartir un libro, un párrafo, es difícil de explicar a quien no participa de esta vida. Es difícil de hacer entender, y de compartir por tanto, con aquel para quien la cultura no es nada. Y constituye una añoranza terrible, melancólica, que acompaña para siempre a los que alguna vez conocieron ese mundo, pero no llegaron a pasar del quicio de la puerta y muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, habían de recordar aquellas tardes remotas en los que alguien les señalaba los libros con el dedo, para que fueran descubriéndolos, para que fueran creciendo...


PS: Botho Strauss escribió una vez: “la obra de arte nos protegía en otro tiempo de la dictadura total del presente

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