28.6.11

Encontrarme con gente de Sanabria de hace más de un siglo

Estaba rematando mi artículo para el mensual con el que colaboro y me tocó, allí en la Sanabria, fíjese usted, buscar información sobre Sagasta. Ya saben, el eterno conspirador que diseñó un parte de “la General”, que vivió en Sanabria y que allí dejó un hijo natural, bautizado en Zirbantes. El caso es que acabé de bruces con un número del Heraldo de principios de siglo. El Heraldo era la voz de los liberales en la Zamora del cambio de siglo. Porque esta provincia fue, durante mucho tiempo, un sólido baluarte de los liberales. Cualquier lo diría un siglo después. El caso es que el jueves ocho de enero de 1903 el número del Heraldo iba dedicado, casi en exclusiva, a la muerte del prócer liberal, ocurrida en Madrid el lunes de esa misma semana. Y como El Perdíu es curioso por naturaleza, no pude dejar de fijarme en varias cosas.

La primera, que lo que sería el editorial viene dedicado al órgano de los conservadores de la provincia, el viejo Correo, el diario que se tituló durante una época “diario integrista”, afeándole su mal comportamiento con el difunto todavía de cuerpo presente. Este afán de considerar enemigo al adversario. De perseguirlo más allá del muerte. Ese afán tan humano. Y quizá tan español.

La segunda, la cantidad de información sobre la tierra sanabresa. Informaban desde la Puebla que en Lubián había aparecido muerto entre la nieve el anciano Leandro Álvarez García, a causa de una congestión cerebral. En Villardeciervos, se quemó por completo la casa de Teresa Martín Figuero, calculándose las pérdidas en más de 1.300 pesetas. La Guardia Civil había detenido ya a Pedro Santiago y Eugenio Benéitez como presuntos autores. Finalmente, en Robleda, le habían robado al vecino Tomás Matellanes 205 pesetas aprovechando un momento en el que estaba fuera de casa. La Guardia Civil, pese a sus pesquisas, no había logrado dar con el ladrón.

Aquella España. Uno de mis abuelos aún no había cumplido tres años y el otro no llegaba a los cuatro. Lee uno las noticias, amarillentas ya por los años, y no puede dejar de pensar en dónde habrán ido a parar los sueños de todas aquellas personas; las penas de aquel Leandro, muerto entre la nieve, quizá desorientado por la noche, en aquel Matellanes, que seguro que conoció la historia del Perdíu, y en tanto otros cuyos miedos, anhelos y ansiedades se tragó la historia. Nadie habla ya de ellos. Nadie los recuerda. Así que traerlos aquí es, en cierta medida, una forma de devolverles la vida, al menos por un instante, en la mente del lector.



PS: Borges escribió en El Hacedor: "Hechos que pueblan el espacio y que tocan a su fin cuando alguien se muere pueden maravillamos, pero una cosa, o un número infinito de cosas, muere en cada agonía, salvo que exista una memoria del universo, como han conjeturado los teósofos. En el tiempo hubo un día que apagó los últimos ojos que vieron a Cristo; la batalla de Junín y el amor de Helena murieron con la muerte de un hombre. ¿Qué morirá conmigo cuando yo muera, qué forma patética o deleznable perderá el mundo? ¿La voz de Macedonio Fernández, la imagen de un caballo colorado en el baldío de Serrano y de Charcas, una barra de azufre en el cajón de un escritorio de caoba?"


PS:

Qué cosas.

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