25.6.11

El víspera

El víspera de San Juan”. Muchos años, nos cogió en Oriñón. Casi únicamente de ahí recuerdo hogueras una noche como esa. Íbamos la segunda quincena de junio. Allí estaba Mi General esperándome, siempre. Nuestro edificio, Capri, tenía un ring de boxeo en medio del patio. Cuántas batallas allí libradas. De frente, las dunas que anunciaban el mar. Cuando bajaba la marea, íbamos en busca de chirlas. A veces, incluso, a por navajas. Una playa enorme. El cantábrico (Kantauri da urrun). Yo tenía diez años, perdonen, pero ya intentaba que me compraran la prensa. El Correo con don celes al fondo. El Athletic se paseaba en la Liga y se hacía con las copas. Ahí me aprendí su himno. Me lo enseñó Mi General, claro.

Iban pasando los años. Nunca íbamos en invierno, siempre diez o quince días en junio. A veces íbamos dando un paseo a La Ballena. La Ballena nos perseguía desde cualquier lugar de la playa. Miraras donde miraras, allí estaba. Nunca logramos saltar a ella. Había, y sigue habiendo, un peligroso saliente de mar que no lo hace fácil. La Ballena es inconquistable, me dijo una vez Mi General, quizá tendríamos doce años. Quizá además el hecho de que estuviera en Sonabia la convertía en algo aún más mítico. Aquellos ecos de la Sanabria a la que íbamos unos días después a echar el resto del verano. Crecimos sanabreses porque allí creció nuestra memoria. Algunas tardes nos llevaban a Laredo y a Castro. Lugares señoriales para unas vacaciones con cierta clase en la playa. De noche hacíamos hogueras y asábamos salchichas. Y buscábamos en el horizonte las luces del buque mercante de Antón. Corríamos. Jugábamos. Soñábamos. La marea subía y defendíamos un fuerte contra el agua que todo lo inundaba. Yo me quemaba. Siempre. Apenas sabía nadar y a los dos días ya estaba quemado. Fuimos creciendo. Creo que el último año que fuimos para quedarnos debió de ser el ochenta y siete o el ochenta y ocho. Estuve muchos años sin volver. El año pasado, Mi General tomó el avión, vino a buscarme y me llevó allí, pasando antes por Lequeito, donde aún nos dio tiempo a conversar con Zita y oírle sus quejas por el mundo de ayer. Paseamos por la playa, tomamos unos vinos y fuimos hasta La Ballena. De nuevo. Lo que nos diferencia del resto de la creación es que somos animales que se construyen desde la memoria. Lo recordaba casi todo, veinte años después. Y Mi General también. Volvimos a juramentarnos. Retornaremos dentro de unos años. Seguro. Y sonreiremos al vernos gritando a los niños que tengan cuidado con el agua.

PS: Hacia dónde camina el mapa del mundo. Una fantástica reflexión de Lamo de Espinosa. No sea perezoso, desocupado lector, y léala. Pinchando aquí. De nada.

1 comentario:

rebolloa dijo...

Es curioso como a veces lo que uno recuerda añade color a lo que otro pinta en su memoria. Es mas curioso todavía que en este caso, tengo los mismos recuerdos. Y los helados en el camping de alado del piso, y las paellas con marisco que pescamos ese día, y el periódico en el bar alado de la iglesia, y esos castillos de arena, que nos parecían impugnables hasta que la mar nos mostraba quien manda en su playa.
Es curioso que cuando volvimos el año pasado, allí seguía la ballena, el camping, el edificio de apartamentos, el ring de boxeo, apenas había cambiado el pueblo, y hasta estaba el mismo tipo detrás de la barra del bar vendiendonos otra vez helados y El Correo...