27.6.11

Autores que nos buscan y nos acaban encontrando bajo la cerezal...

Hay autores que nos buscan. No es fácil que den con nosotros: uno necesita suerte y buenas compañías, y quizá no en este orden, para que te puedan localizar. Me pasa con algunos de la tercera España: ya saben, la que no estaba ni con los hunos ni con los hotros durante la maldita guerra de España. Hace mucho que creo que yo hubiera sido de ellos, aunque el difunto Carles siempre decía que no, que él tenía claro que yo la guerra también la hubiera ganado. Llegué a estos autores por azares. A Chaves Nogales, a través de mis añoradas amigas de fronda. A Salazar Chapela, gracias a Arcadi Espada. A Pla, a través de Pericay. El primero, en cualquier caso, fue Chaves Nogales. Su maestro Juan Martínez anticipa algunas cosas de Capote.

El caso es que hace unos meses, no pude evitar comprar su crónica de la caída de Francia. Yo recordaba el tema de manera confusa gracias a Nemirovski: su suite es un relato magnífico de lo que aquella primavera terrible de 1940. La lectura estos días en Sanabria de la obra de Chaves Nogales complementa, en cierto sentido, la obra de la ucraniana asesinada por los nazis. Si ella novela la vida, Chaves analiza las causas. Es un ensayo lúcido. Militante. E insobornablemente liberal. Lo cual es extraordinario habida cuenta de que está escrito en plena contienda, cuando la lucha era entre totalitarismos de izquierda y de derecha. Por qué cayó Francia. Y cómo cayó. Y qué destino aguardaba a los que, como Chaves Nogales, seguían creyendo en la libertad y en la democracia. Una lectura instructiva, hecha casi en exclusiva a la sombra de la cerezal, en la Pradera, con toda la tarde por delante. Chaves Nogales: el hombre que abandonó España en plena contienda porque ya no le interesaba saber si el futuro dictador iba a salir de un lado u otro de las trincheras.

Chaves Nogales, aquella España que tampoco pudo ser…

Para leer de un tirón, o para alternarlo con la Suite francesa.



PS: “Durante varios días, el hombre de París, que estaba condenado a aguantar lo que viniese porque era pobre, vio desfilar por las puertas de la ciudad cientos de miles de automóviles cargados hasta los topes en que huían quienes tenían medios económicos para desertar del sufrimiento. Vana ilusión […]” Chaves Nogales, M: La agonía de Francia. Libros del Asteroide, Barcelona, 2010. Página 65

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