20.6.11

Almorzando con otras generaciones...

El otro día tuve un almuerzo intergeneracional. De esos que la gente que me conoce poco no acaba de entender. El caso es que, por azares del destino, acabé comiendo con los padres de una querida y admirada amiga. A las personas nos unen las inquietudes. No la edad. Nos acercan las preguntas, no las respuestas. Es algo que siempre supe, intuitivamente, y que Magris me confirmó en su Danubio. Y es que la verdadera transversalidad es la generacional: ser capaz de ver más allá de la edad porque a uno le atraen las mismas cosas que a otras personas.

Descubrimos al azar un interés común: poner en claro la historia de nuestro pueblo en el XIX. Yo siempre había pensado que allí hubo una familia poderosa, los legendarios Rodríguez de Medio, sacerdotes leales a la Corona y contrarios a una Constitución sin dios, luego consultores del Papa, y finalmente altos cargos durante la dictadura. Siempre pensé que sus herederos naturales, los treinta, habían sido unos advenedizos que llegaron tarde al pueblo. Como muchas otras veces, estaba equivocado. Las dos familias coincidieron en riqueza, apoyo y rivalidad durante el XIX. Quizá unos eran cristianos viejos y los otros no. Y resultó que los treinta, antes de ser Sanromanes, habían sido Arias. Y que habían sido ricos, como los Rodríguez, al menos desde el siglo XVIII. Y a cada documento una nueva duda. Y a cada duda una nueva hipótesis: judíos, prestamistas, asentados a lo largo del XIV, quizá con Pedro y Men, o del XV, con la expulsión, es las lejanas y escuras tierras de Senabria. Quizá nadie descendía en realidad de Cristóbal Pérez, “el ynjerto”. Quizá la nuestra tierra sea una tierra de francos más que de nativos. Quizá. Quizá aquí no hubo más hidalguía que la del trabajo ni más dinero que el de la usura. Pero quedan muchas cosas por explicar: ¿cómo pudo un pueblo como este tener dos familias ricas durante varios siglos?, ¿cómo se gestionaba una economía no capitalizada?

Se pasa las noches ahí metido y le dan las tantas”, me dice amablemente su mujer, señalando el escritorio donde a mi compañero de almuerzo se el amontonan los legajos, esperando quizá algún reproche por mi parte. Es complicado. Conozco esa sensación. De entrar en un documento como quien entra a una cama. A disfrutar. A no levantarse hasta que no está todo hecho.

El otro día le leí a César Antonio Molina que Proust escribió que la lectura es una conversación con hombres mucho más sabios y mucho más interesantes que aquellos que podemos tener ocasión de conocer a nuestro alrededor. No sólo la lectura, añado yo. También la posibilidad de conversar con personas de setenta años es, en cierta forma, una manera de leer. De ampliar horizontes. De conocer otras vidas. De entender lo que fuimos. Placeres a los que no renunciar. Placeres que uno ha de aprender a conocer. De la mano de alguien, claro.


PS: fantástica entrevista el domingo en La Opi. Hay que ver qué nivel me está cogiendo la prensa de provincias. No dejen de leerla, hablando de historias. Por cierto que para aquellos lectores que aún no hayan leído Los muertos, pueden descargárselo pinchando aquí, aunque no respondo de la calidad de la traducción. Si lo que prefieren es oírlo en castellano pinchando aquí. De nada.

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