20.4.11

Gente de otra pasta: Manolito

Debíamos estar en 1996 ó 1997. Llegó una carta. Fíjese lector, que me acuerdo de tenerla en mis manos. Es del primo de Francia, del de tía Adoración me dijo mi madre casi sin darse ni cuenta. La abrí, aunque iba para ella. Estas cosas que sólo se hacen en casa Ahí nació una amistad. Inverosímil, como muchas de las mías. Una historia fascinante. Manolito nació en 1945. Sanabrés. Ahí están enterrados mis muertos, me dijo un día, saliendo de la Iglesia en Cervantes, debía de estarse acabando el verano, porque hacía ya frío. Por eso sé que soy de aquí, me dijo con sus ojos azules y su voz de hombre bueno. Un heterodoxo. Marchó a Francia huyendo de muchas cosas, en los años sesenta, pero una parte de su corazón quedó para siempre en la Sanabria. En la casa del abuelo Pedro, que su madre heredó.

Nos hicimos amigos, digo. Durante varios años volvió por la Sanabria largas temporadas. Aún vivía la tía Adoración. Aquella legendaria arroz con liebre. Como me gustaba la historia iba mucho por allí a verlo. Y hablábamos de la familia. Él ya tenía hecho el árbol genealógico de de todos nosotros. Y me puso sobre varias pistas. Sobre la pista de El Perdíu y su trágico final, por ejemplo. Conservó hasta el final el mirador del abuelo Pedro. La fragua. Un día me regaló una plancha hecha por mi bisabuelo. Ampliamos el radio de nuestra amistad. También a Madrid. Y también la temática, de la familia a la Sanabria, de la Sanabria a la vida. Vivía con Philip allá en el país del Loira. Llegaron las desgracias, porque la felicidad se va como una banda de pájaros tras un disparo que aún retumba en el aire cuando ya te has quedado solo. La enfermedad. La muerte. Las muertes. Se fue tía Adoración. Se marchó Philip. Hace mucho que no viene. Mucho. Demasiado. El tiempo pasa. Ahora nos hablamos por skype y lo he enganchado al facebook, donde me dinamiza ese extraño grupo de descendientes de Pedro de Barrio que hemos formado un equipo y nos dedicamos a colgarnos fotos de hace sesenta años para irnos poniendo cara, con tantos años de retraso. Trabajas demasiado, me dice siempre que hablamos. Sé que no tiene razón, porque lo que hago es lo que me enseñaron. Ojalá supiera o pudiera vivir sin dar ni palo al agua.

No consigo enfadarme con él, aunque a veces me dan ganas cuando me cuenta lo poco que se cuida. Hablamos mucho. De nuestra tierra. Que abrazo me dio cuando ella se fue, un abrazo en la distancia, pero tan hondo…

Y qué ganas tengo de darle otro abrazo a la puerta de su casa, que también fue la mía, y darme un paseo con él por el sierro hasta Zirbaaantes. Este mismo Cervantes por el que paseo, una tarde como hoy de abril, gris sanabrés, buscando respuestas a preguntas que quizá nunca debí de haberme planteado.

No hay comentarios: