15.4.11

Escrito hace más de un mes (y colgado volviendo de León)

Volvía hacia casa. Volvía paseando porque había quedado pero se había cancelado todo a última hora. Volvía paseando. Cuando pasé Manuel Becerra me acordé. Es por Francisco Navacerrada. Me acerqué a la tienda. Pregunté por ella. Estaba.

Qué tal, cómo estás. Bien, mejor ya, la semana que viene hará un año de la operación. Un cáncer. El maldito cáncer. Todo bien, lo voy superando, ahora en mi casa hay más alegría, los niños lo han tomado muy bien, jugábamos con ellos para superarlo. Ahora en casa sólo hay fruta y verdura. No puedo comer nada con hormonas. Estamos un rato charlando. Entré queriendo irme pronto a casa, pero ahora no me apetecía irme. Ver la cara de alguien que ha sufrido el zarpazo de la enfermedad pero que ha evitado el golpe último. Sus ojos son grandes, entra gente en la tienda, los atiende, claro. Seguimos charlando, de la Sanabria, del frío, de la matanza de diciembre, de su Perú natal, y qué tal tu chica, cómo está de lo suyo, le aclaro que ya no lo es, si es que alguna vez lo fue. Nos vamos despidiendo, ya ha terminado de caer la tarde en Madrid. Entré a la tienda encabronado, sumido en mis propias miserias; es lo que tiene pasar cerca del marqués de Mondejar. Salgo de mejor humor. Ver las cosas en perspectiva. Subo por Cartagena. Olvidando que otra vez he vuelto a no ir al Prado.

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