3.4.11

El primer iberoamericano universal (I)

Leer desentumece. Y derriba tópicos. Y fronteras. Sobre todo cuando el libro es de alguien como Manuel Lucena. Leer te hace crecer. Son cosas que se incorporan a tu acervo personal. Lo que Ortega dijo alguna vez que era la cultura: lo que queda cuando se olvidado todo. Cierro el libro de Lucena y pienso, qué cosas, a los canarios en Venezuela se les llamaba, y se les sigue llamando, “isleños”; no es de extrañar, durante unas pocas décadas del XVIII más de cien mil isleños llegaron a Venezuela huyendo de la miseria de las Canarias. Pienso también en el “Incidente de Nutka”, cuando la Nueva España llegaba hasta el Canadá…

Leer nos avanza otros mundos y nos enseña el reflejo de lo que otras gentes vivieron. El libro de Lucena lo pone a uno ante el mundo del Virreinato de la Nueva Granada. Antes su historia y su fin. Ante lo que luego fue la Capitanía General de Venezuela. El predio de los mantuanos. Un territorio en el que, desde su fundación en 1728 la Real Compañía Guipuzcoana de Cacao gozaba de enormes ingresos gracias a su monopolio sobre el cacao venezolano. Un territorio con las lógicas de la España americana, tan lejana en muchas cosas de la España europea. Un mundo en el que se había deshecho el equilibrio barroco de los Austrias frente a las reformas modernizadoras de los borbones.

En uno de los centros de este mundo, más en concreto en la ciudad que puso en pie un carballés indómito, la ciudad de Santiago León de Caracas, nació en marzo de 1750 (casi piscis, por tanto) el hijo de Sebastián Miranda, un canario del valle de la Orotava que había llegado a Caracas unas pocas décadas antes…

Sobre la vida de este niño, sobre el hijo de Sebastián de Miranda ha construido el profesor Lucena una muy interesante biografía. Mañana les cuento más, que tengo que seguir trabajando.

PD: Mañana, con la fresca, a Valladolid. Vamos a ver qué tal va todo

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