27.4.11

Desgranando La Casa del Barrio

Le hablaba el otro día, desocupado lector, de la vida de los hijos de Isidro y Margarita. Dos de ellos, pasados los años, se acabarían convirtiendo en mis bisabuelos, aunque ni ellos entonces lo sabían ni a estas alturas supongo que les hubiera conmovido mucho. Ya les hablé de Miguel, el pequeño: el abuelo Miguelán del que habla mi padre. Quería hablarles hoy de su hermana Paula, otra de mis bisabuelas. Se casó con Manuel, que venía de otro barrio, casi en el otro extremo del pueblo. Del barrio del Franco. Un barrio esotérico, creado por extranjeros al final mismo del pueblo, aunque esto no pueda decirlo en alto que la gente de allí se me enfada cuando lo cuento. Paula y Manuel se debieron de casar a principios de la década de los noventa. Del siglo XIX, digo. Aquella Sanabria, sin luz eléctrica; pero con el poder estatal en forma de notarios, jueces y maestros sólidamente instalado en la Villa. Sin ferrocarril, pero con el camino que iba de Vigo a Madrid ya plenamente operativo. De casados se vinieron a vivir a la Iglesia. Tuvieron varios hijos, en cuyas vidas se refleja el cambio y los avatares que sufrió España en el siglo XX. Todos, excepto uno, longevos. Altamente longevos.

La hija mayor, Teresa, nació en 1893. Probablemente fue el Cura Pereira el que la llevó al convento. No sé si les he hablado alguna vez del cura Pereria. Toda una institución aquí. Aunque ya nadie lo recuerde. Llegó a montar una Preceptoría. En este pueblo, nada menos. Teresa, digo, fue monja toda su vida. En Vizcaya. La recuerdo lejana, debió de morir en torno a 1980, íbamos a verla con el taxi de mi padre. Cuando los taxis llevaban la cinta roja sobre el fondo negro.

El segundo de sus hijos, Miguel, nació en marzo de 1898. No fue a África. Aquí se casó con una rama menor de los Rodríguez de Medio, la familia poderosa de este pueblo durante siglos. Sus hijos, todos, emigraron. Algunos acabaron en la iglesia. Otros en los negocios. A Miguel lo sortearon y le tocó África, pero en el pueblo había otro Miguel de su quinta, con su apellido, que estaba estudiando para sacerdote. Y los curas no iban a la guerra. Así que aquí todo el mundo disimuló y él se libró de ir, y quizá de morir, en la España africana.

José fue el tercero. De mayo de 1900. Una vida dura. Estuvo en África. Le adelantaron la quinta por el desastre de Anual. Casi tres años allí. Profundamente religioso. Cuando yo era joven me contaba las aventuras que en le tocaron vivir en Larache. Se escondía para rezar el Rosario. Vio morir a varios de su pueblo. Estuvo en Madrid. Pasó hambre. Al servicio de algunos nobles, a finales de los veinte. Decidió volverse al pueblo. Y aquí se casó con su prima, Serafina. Sus dos hijos emigraron, aunque ninguno de los dos se fue nunca del todo. Dos de sus nietos fueron a la Universidad.

El cuarto hijo fue Jesús. Nacido en agosto de 1903. Quizá fuera el más listo. Marchó joven al seminario. Estuvo en Astorga. Se ordenó sacerdote. Aquí, lo he sabido después, tuvo buenos padrinos, que lo ayudaron a prosperar. Pasó a la diócesis de Madrid, a través de los buenos oficios de un general. En el verano de 1936 estaba de párroco en Collado Mediano. Tenía a su madre Paula, ya anciana, con él. Estalló la guerra. Militantes socialistas del pueblo lo sacaron de su casa. Con su madre anciana en la puerta. Fue torturado en alguna checa. Y ejecutado. Probablemente tirado en Paracuellos. Había alguna foto suya por casa, posando en el Lago, a principios de los treinta. También, alguna carta. Estuvo en el Cerro de los Ángeles. Era el padrino de mi padre, quien tomó su nombre de él.

Hubo un quinto niño, Agustín, muerto muy joven del que no queda ya ningún recuerdo.

¿Qué fue de Paula y de Manuel?. Paula, anciana, pasó los años de guerra sola en Collado Mediano. No llegó a volver a Sanabria, y quizá ni a superarlo. En aquel pueblo murió antes de que la maldita guerra de España terminara. Era enero de 1939. Manuel, su marido, vivió algunos años más. Murió en 1959, en este pueblo, el suyo. En el que está enterrado.

Un matrimonio, cuatro hijos. La guerra de África. La maldita guerra civil. La emigración. El taxi. La universidad.

Un mundo en cambio. Aquella España que se transforma, para siempre, entre 1940 y 1970. El mundo que ni Paula ni Manuel alcanzaron a ver.

Y que probablemente no hubieran sido capaces de imaginar.


PS: En su famoso viaje sentimental Lawrence Sterne, uno de los autores predilectos de Miranda, escribió: “No hay cosa en la vida que me desconcierte tanto como tener que decirle a alguien quien soy; me es mucho más fácil presentar a cualquiera que a mí mismo; cuando llega la ocasión, quisiera poder hacerlo en una sola palabra y haber terminado”

Lucena Giraldo, Manuel: Francisco de Miranda. La aventura de la política. EDAF, Madrid, 2011. Págs. 52 y 53

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