19.3.11

Va llegando la primavera

Va llegando la primavera a la mi tierra senabresa. Íbamos a haber echado haciendo de agrimensores, dejando bien medida la “cortina tras la casa”, para el día que los mayores ya no estén, los pequeños sepamos a qué atenernos. Pero el amic Joao, que hubiera oficiado de experto, seguía con sus exámenes ingenieriles y no pudo acercarse. Paseaba por mi pueblo. Solo. Y pensaba, no sólo, en el paisaje. En cómo nos agarramos a él, en cómo soñamos un mundo incorrupto que nunca existió. Pensaba mientras volvía para casa en estas tierras pobres, desoladas, que forman parte de mi memoria, de mis obsesiones, y sin las que no soy capaz de explicarme a mí mismo. En cómo ayer a la noche, mientras paseaba con mis padres y olía a la poca leña que se quema aquí ya al final del invierno, tenía la sensación de estar oliendo mi infancia, mientras mi padre me relataba las obras del día: barrer el curtinerio, cavar en la ñogueria... Leía el otro día en algún sitio (diletante como soy de lecturas superficiales y poco profundas) que los neurólogos creen que los primeros recuerdos que se nos graban en la mente son los últimos que se borran cuando uno se va haciendo mayor y va perdiendo el oremus. Por eso o vienen aquí de pequeños, o los niños ya no vuelven cuando son adolescentes. No es tarde aún.

Ahora va cayendo la tarde. Es hora de coger la bici y empezar el camino de vuelta. Siento, con Hilario TundidorLa frescura del aire / en la humedad del labio”. Fue buena idea venir. O volver, que nunca lo tengo claro cuando llego aquí…

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