23.3.11

El cumpleaños de un ser inanimado...

El 19 de marzo en casa celebramos siempre un cumpleaños. Lo celebramos incluso desde antes de que naciéramos mirmana y yo. Es el cumple del cercanías. Nació ese día de 1970. Era el segundo particular de mi padre. Antes había habido un seiscientos, con el que empezó a venirse a la Sanabria a mediados de los sesenta, cuando ya había empezado a asegurarse un cierto porvenir. Aquella España en cambio: discutía el otro día con John the Minor en un almuerzo que el gran cambio social en España, lo que convierte a la España anterior en irreconocible, es el que se produce entre en 1950 y 1970. En esos veinte años hay un corte con la España anterior. Todo se mueve, y se mueve a gran escala. Donde antes sólo se movían los funcionarios, ahora toda la España rural lo hace gran parte de la población. Pobre Castilla, que ya no volvió a ser nunca la misma.

El caso es que celebramos el cumpleños del cercanías, o del abuelo, o de la “limusina amarilla”, como la bautizó con cierta gracia una vez, mil años ha, mi cuñado Toño.

El catorcetreinta, como lo llama aún mi padre. El coche del que se puebla mi memoria. Su olor. Sus asientos. Las pegatinas traseras. El color. Su matrícula, que recuerdo perfectamente. El coche que fue de la familia hasta que ya fui adolescente. Los viajes interminables a Sanabria, parando siempre en Rueda. El coche con el que aprendí a conducir. A usar el starter. A no reducir jamás, ni muerto. A embragar. El coche que llevé un par de veranos, allá con dieciocho, ¡ah hermosa juventud...!

Ahí sigue, ahora en el trastero. Lo arrancamos, le pasamos la iteuve y le damos una vuelta para que vea que no nos hemos olvidado de él. Y cada año, el día 19 de marzo, me acerco a él, abro la puerta, con su manilla delicada, me siento de piloto y me pongo al volante, muchas veces sin ponerlo en marcha, acaricio la palanca de cambios, miro la radio ya probablemente inservible, abro la guantera, me ajusto el cinturón y me dejo acurrucar un rato por la atmósfera que rodea a este viejo amigo con el que todos nos hicimos mayores y le canto, muy bajito y con la voz de Francisco que me gasto un cumpleaños feliz que me sale del fondo del alma...



PS: Borges escribió una vez aquel poema que terminaba "¡Cuántas cosas, / láminas, umbrales, atlas, copas, clavos, / nos sirven como tácitos esclavos, / ciegas y extrañamente sigilosas! / Durarán más allá de nuestro olvido; / no sabrán nunca que nos hemos ido".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Presiosa entrada, por un momento he tenido la sensación de que era yo mismo el que conducía el catorcetrinta o el que se sentaba dejándose envolver por la atmósfera. Siga usted escribiendo y trasladándonos a sitios desconocidos.

El Coronel

rebolloa dijo...

Pues anda que no me acuerdo de las paradas en Rueda a comer y comprar vino blanco, cuando iba con tus padres en tu coche...
Buenas fiestas a las que fuimos en el cuando lo conducias tu por Sanabria. Me acuerdo de la vez que te paro la Guardia Civil porque estaban esperando a un traficante de drogas que tenia el mismo coche que tu... je je... me parece que al final olia un poco a gasolina, no?