14.1.11

Mendoza, los gatos y el Prado

Acabé de leer, ya dije que por insistencia de David, el último libro de Eduardo Mendoza. El Planeta. La riña de gatos, en suma. A Mendoza llegué, creo, en COU, cuando La verdad sobre el caso Savolta se explicaba como la gran renovación de la novela española. Un libro fascinante, por cierto. Luego llegó la ciudad de los prodigios, otra delicia, y luego esa cosa maravillosa y maravillosamente breve que es Gurb, cuyos diálogos sigo compartiendo con mi egipciano Hornuez de tarde en tarde.. El resto, cosas menores. Ligeras, a veces en el mejor y a veces en el peor sentido de la palabra.

Riña de gatos es una buena novela. Entretenida, bien trenzada, y con ese gusto por lo absurdo que tanto gusta a Mendoza. De fondo, una visión alternativa de lo que pudo haber sido aquel Madrid previo a la maldita guerra civil. Una visión menos maniquea, lo que se agradece y con Velázquez de fondo, lo cual es siempre una delicia. Una novela de intriga, con José Antonio paseando por el escenario, y con el Prado también de fondo y algo difuminado. Con el misterio de los viajes de Velázquez a Italia. Con el misterio de esa Venus de la que nunca conoceremos la cara con exactitud. Con esa serenidad con la que el maestro nos mira al pintar, cercano ya al final de sus días, Las meninas. Con ese bufón en el que se difumina el paisaje de la batalla, adelatándose a los impresionistas.

Velázquez, el hombre que pintó esa mirada que persigue al visitante nada más entrar en al Museo al que iremos. No sólo a saborearlo a él. También a vernos crecer un poco de la mano del Greco. O de Goya. Aprender a disfrutar el arte no nos hace mejores personas, pero nos hace más libres. Y la libertad lo es todo, como bien sabe el hermoso pájaro de Laboa.

Un buen libro, para echar el rato. Nada más, pero tampoco nada menos.


PS: El triunfo de la República por la vía electoral podía haber contribuido a superar una tradición de más de un siglo de pronunciamientos, insurrecciones y guerras civiles, pero no fue así. Como han destacado Enric Ucelay y Susanna Tavera, más allá del 14 de abril pervivió la "lógica insurreccional", según la cual la oposición a un régimen sólo podía esperar el triunfo a través de las armas. Una lógica que los conspiradores republicanos de 1930 compartían plenamente"

Avilés Farré, Juan: La izquierda burguesa y la tragedia de la IIª República. Servicio de Documentación y Publicaciones de la Comunidad de Madrid, Madrid, 2006. Página 77

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