14.11.10

En Toledo, cuando el mundo era tan reciente que...

Volví a Toledo. Fuimos a Toledo. Viajar a Toledo con Jesús es hacer un viaje en el tiempo y en el espacio. Es ir a Macondo y llegar en un momento en el que, como en la obra de García Márquez, “el mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.

Todo surgió de un pregón en la Zamorako Etxea. Venid a ver mi ciudad, que los madrileños la conocéis mal. Chillida, y la batalla que Jesús libró para que la ciudad dignificara la obra que le donó el autor vasco. Salimos muy de mañana. Claudio Rodríguez iba con nosotros en el coche. Se abría paso la luz con dificultad entre la niebla mesetaria: “es el olor del cielo, / es el aroma de la claridad, / cuando vamos entrando a oscuras en el día”. La Cueva. Siempre La Cueva. La Iglesia del Cristo de la Luz, recién abierta y por la que hubimos de pasar de largo. El arrabal de la ciudad. La muralla visigoda, lo que queda de ella. Las termas. El arte mudéjar. La Iglesia del Salvador. Esas escaleras y ese olor en esas escaleras. Los propios mudéjares. El esplendor de una cultura. Los mitos. El pozo del salvador. Ese olor. Un viaje. Un regalo. La Iglesia de San Sebastián. Allá de frente el río. El Toledo romántico. El Toledo levítico. Antes curas y ahora funcionarios. Una ciudad demasiado cerca de Madrid. Una ciudad que forma parte de mi mapa de memorias y de sensaciones. Nunca alcanzamos a ver los restos del Palacio de Pedro I, el Justiciero. Y mira que lo intentamos, petristas como somos, al menos Jesús y yo. Siempre es algo que nos acaba quedando pendiente. Volveremos, ¿verdad?

La comida fue menos intelectual. Ya lo decía Kortatu, entroncando con los movimientos contraculturales de los setenta: “que la cultura es tortura no nos vamos a engañar”. Un cierto Sálvame con oscarnelo a cuenta de aquel noviembre del noventa y nueve. Cochinillo. Con un Shiraz del Marqués de Griñón. Las decisiones que se toman y las que no se toman. Caía el día, ya con mejor tiempo. La luz de Castilla. Luego, un café en la mejor casa de Toledo. Se hacía tarde. Como en el cuento, llegaba la hora de volver y abandonar el mundo de la magia.


PS: "Era una de esas personas imaginativas capaces de disfrutar saludablemente de todo y de agradecer la novedad sin ninguna sombra de recelo ante lo desconocido […] una rigurosa vocación de aprender y una disposición jovial a recibir los dones de lo imprevisto [...].

Muñoz Molina, A: La noche de los tiempos. Círculo de lectores, Barcelona, 2010. Pág. 120

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