4.10.10

Gente de otra pasta (II): Charly

Para todos fue Charly. Siempre. No lo disfruté mucho, porque apenas dos o tres años de empezar a tratarlo se marchó para los Estados Unidos, donde sigue. Cuando pienso en él lo primero que me viene a la mente es lo buena persona que siempre fue. Gente con la que da gusto cruzarse. Gente a la que le dejarías las llaves de tu coche sólo con que te lo pidiera, sólo por el placer de poder hacerles a ellos un favor. Charly curraba, en aquella época, en el Real Musical de Hermosilla, creo, y compatibilizaba su trabajo con otro en una tele local y algo más. Trabajaba más que todos nosotros juntos. Y nunca perdía la sonrisa. Siempre estaba disponible para lo que le pidieras. En Sanabria, en sólo un verano, se hizo con la gente de mi pueblo. El primer año que marchó a Alaska le dedicamos nuestra creación en las fiestas. Recuerdo también una noche, en el Mercado. Venía Paco el oso, medio tajado, como siempre. Todo el mundo se reía. Charly se acercó a él, le preguntó como estaba, donde quería ir, que quería hacer. Lo que nadie hacía. Me enseñó a tratar a la gente. A considerar al resto como fines, y no como medios. Qué tipo.

A su mujer se la presenté yo. Hace tantos años. Habíamos quedado, en el bar de los hombres g, si no me acuerdo mal; allí estaba ella, se saludaron. Luego acabamos en Barracudas. Ya nunca se separaron. Charly.

Sigo en contacto con él. Es verdad que no mucho, pero nunca nos hemos perdido la pista. Allí está, por Colorado. Este año, me llamó en noviembre. “coge un avión y vente quince días, no te preocupes por el precio, yo te lo pago”. También me llegó al alma. Charly. Tan buena gente como sus primos. Como lo fue su abuelo, que aún en la muerte de mi abuela me dio un abrazo, con sus noventa y dos años.

PS: Un finde en la Sanabria. Delicioso. Ha ido entrando el otoño, pero poco a poco, como hace las cosas el orfebre. Como trabaja el cuerpo de la mujer amada el amante (porque uno es en la cama como es en la vida, ¿verdad?). Si hubierais visto el sol del otoño reflejado en el lago, atardeciendo, el azul del agua en las bouzas...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Trabajar en lo que a uno le gusta y ganarse la vida con ello, dice con otras palabras Primo Levi, es la máxima aproximación a la felicidad en este mundo. Y añade, lacónico: privilegio de pocos. Tuve la suerte de que nadie me exigiera cursar estudios para enriquecerme, y si bien cambié de profesión varias veces, tuve la suerte ulterior de no haber tenido jamás que trabajar en cosas que no fueran de mi gusto. Soy consciente de mi privilegio, aunque nunca fui rico: me gané una vida relativamente modesta pero suficiente para lo que para mí era importante –libros, aunque no muchos, discos, aunque no muchos, viajes, aunque no muchos–. Ya no tengo coche pero nunca tuve barcos. No puedo quejarme.
Tampoco pueden quejarse muchos como yo, que gozan de parecidos bienes y que, como yo, han tenido la buena suerte de trabajar sólo en lo que les gusta. Son profesionales, algunos de merecido renombre, y aunque no son (tampoco yo lo soy) espartanos, gozan de vidas desahogadas aun en épocas de crisis.
Muchas veces he pensado en este privilegio y automáticamente he pensado en la aplastante mayoría de no privilegiados que se ven obligados a realizar tareas tediosas cuando no desagradables, apenas suficientes para que no les falte la sopa. En alguna época de dificultades, me imaginé a mí mismo detrás de una ventanilla atendiendo al público en una estafeta de correos, o cavando zanjas en una calle con vistas a algún túnel para el tráfico, o ajustando tuercas en una cadena de montaje. Mi sentimiento de entrada fue el miedo al aburrimiento, al lentísimo pasar de las horas.
Pero estos males no son nada comparados con el de quien no tiene ni eso. La falta de trabajo –y la consiguiente falta de sopa– es el infierno en la Tierra. El pozo de la miseria no tiene fondo, porque la desesperación puede llevar a golpearse la cabeza contra las paredes, pero ¿qué se hace cuando ni siquiera se tienen paredes contra las que darse?
El trabajo de basurero o de barrendero es una suerte para los que hoy lo tienen aunque se trata de un trabajo poco agradable. ¿Qué pasa con esta gente cuando hacen ese trabajo y no reciben la correspondiente paga? El Ayuntamiento de Madrid contrata la limpieza de las calles con empresas privadas. Y ahora resulta que hace nueve meses que el ayuntamiento no paga lo convenido por contrato, con el resultado de que vivimos en una ciudad llena de basureros y barrenderos en paro.
Vivimos verdaderamente tiempos oscuros, dijo en el siglo pasado Bertolt Brecht. ¿Y los nuestros?