17.9.10

Gente de otra Pasta (I): Pachi

No tendré constancia, pero me gustaría hablarle, desocupado lector, de gente de otra pasta. Gente que se me ha cruzado en la vida y que con su sola presencia me ha hecho mejor persona. Y me ha ayudado a mirar con más respeto, con más humildad, a los demás.

Esta serie no puede empezar sino es con Pachi. Verán, como hubiera empezado Alberti, yo era un tonto. De manera literal. Tenía unos doce años y la vida eran bocatas de nocilla, no hacer nada en clase (siempre he sido muy vago) y jugar a la máquina del Gaunlet, en el Metropolitano. Estaba en lo que era séptimo de egebé. En los clarés. Suspendí un porrón de ellas. Hasta gimnasia, creo. No, no me drogaba, ni fumaba, ni bebía. No me enteraba de nada, simplemente. Mis padres estaban preocupadísimos, todo su esfuerzo para que yo estudiara y yo haciendo el canelo con mi vida. Llegó el verano. Y ahí apareció Pachi. Entró un día por casa, en la Sanabria. Aún lo recuerdo. ¿Qué le pasa al niño que está castigado?, Que no estudia, Toño, que no estudia… no va a acabar ni la básica el muy burro. Así que nada, dentro de unos años, a coger el taxi y a buscarse la vida. Déjame que me lo lleve a Peñafiel.

A los pocos días mi madre me hizo el planteamiento: oye, ¿y si te vas interno?. Yo no sabía ni lo que era, pero intuía que mi vida en Madrid no me gustaba. No estudiaba, pero tampoco sabía porqué. Claro, ¿por qué no? O la inconsciencia de trece años o es que ya he sido un temerario desde pequeño.

Pachi era un hombre bueno. En el mejor sentido, el machadiano, de la palabra. No me dio grandes privilegios. Un internado. En Castilla. Misa cada mañana. Clases. Tres o cuatro horas de estudio diarias. Ahí dejé de ser un niño. Pachi nos daba, además, clases de urbanidad cada domingo por la mañana, antes de la misa. “No os canséis nunca de decir gracias”, “Pedir las cosas siempre por favor”. Me prestaba libros, que yo devoraba, con fervor, en las escaleras de piedra que subían al dormitorio; me descubrió autores (cómo olvidar aquellos libros de Lapierre y Collins, a Merton, a Highsmith, a Forsyth, que tantos años me acompañó, tarareándome el Spanish Harlem…), me dijo, antes de que lo cantara el último de la fila aquello de que y dónde estemos, saber estar, / aunque sea ingenuo, no codiciar… / nunca ceder, ante la adversidad

Y con todos aquellos ingredientes, el milagro ocurrió

El Perdiú no volvió a suspender nunca nada para septiembre. Nunca. Llegó la Universidad, se licenció, cursó el doctorado, hizo estudios de postgrado. Todo fue obra de Pachi. Si él no se hubiera cruzado en mi vida, no sé si yo sería más feliz o no, pero desde luego, ni estaría aquí escribiéndole, ni hubiera ido a la Universidad ni hoy trabajaría en lo que trabajo. Pero esa, desde luego, es otra historia.


PS: Los años, dice un poema de Petöfi, vuelan como una bandada de pájaros después de un disparo.

Magris, Claudio: El Danubio. Anagrama, Barcelona, 2000. Pág. 261

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