30.8.10

Final del verano

Bajamos del pinar y nos acercamos a echar la tarde a la playita de Castellanos. Una delicia. Exhibición de mus. La luz de agosto. Buena pareja. Victoria segura. Hubiéramos sido invencibles, en todos los aspectos. El resto de la semana, lánguida, viendo cómo se me iba el verano de entre las manos. Paseo por Zamora el viernes. La Zamora de mi memoria. Cada día más hermosa. Cada día más ciudad. Cada día más mujer. Injusto con quien no lo merece. Algo de bici, una copa en el Scaparate. Es domingo. Despierta. Vuelves a Madrid. Se acabó el sueño.

¿Se acabó el sueño?

Tanto decirlo, y al final quizá fuiste tú el que, de nuevo, volvió a esconderse detrás de los días. Llega septiembre, llega la cosecha, pero tú no cosecharás lo que sembraste. Otros vendrán, como Ángel González y dirán “debiste haber hablado más claro y en alta voz”. Y yo abandonaré a Claudio por una temporada y volveré a Vallejo (al fin y al cabo, un piscis): “hoy me gusta la vida mucho menos / pero siempre me gusta vivir: ya lo decía […] / Hoy me palpo el mentón en retirada / y en estos momentáneos pantalones yo me digo: / ¡Tanta vida y jamás!"


PS: La infortunada reina, sumida en un profundo dolor, fue junto al cuerpo desfigurado de Héctor, pero sin verter lágrimas, como yo ahora junto a estas rocas que se asemejan a tantos rostros y ciudades derrumbadas. Sin verter lágrimas, porque siempre que la aflicción alcanza el grado de la desesperación, las lágrimas no pueden salir. Así Séneca hizo decir a Andrómaca los siguientes versos: “Levia perpessae sumus, / si flenda patimur” (“No es muy grande el dolor / si podemos llorar”)

Molina, Cesar Antonio: Lugares donde se calma el dolor. Barcelona, Destino, 2009. Página 201

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