19.7.10

Estuve en la ferre...

Estuve en la ferre. Hoy la ferre es un espacio envejecido, fragmentado, al que la humedad se va comiendo poco a poco. Hace veinte años todo fue diferente. La ferre era, para mí, un espacio de juego. Bajaba con mi madre al Mercado a eso de las nueve de la mañana sabiendo que allí estarían el que con los años sería Mi General, y el Mile. Y sabiendo que quedaba por delante un día, otro más, de juegos. Para un joven urbano como era y fui, la ferre era un espacio mágico, un Macondo particular sobre el que ir descubriendo el mundo. Un Macondo real, creado casi a la vez que la Aracataca del nobel colombiano. Y es que había cosas que eran, efectivamente, tan recientes, que para nombrarlas había que señalarlas con el dedo: la fragua del abuelo, donde tallaba las cruces de todos los entierros, la cristalería, las gafas, las azadas, la pirotecnia, la pólvora. Y luego, ese espacio caótico e imprevisible que era “ahí atrás”, donde los niños jugábamos en completa libertad. ¿Quién ha olvidado aquel seiscientos matrícula de Ávila, bautizado “manolo” por jesúsjavier?, ¿Cómo perder de vista al mauri, aunque hayan pasado más de veinticinco años?

La ferre eran esos bocatas de tulipán con azúcar que nos preparaba la abuela al volver de la peña, ¿Se acuerda usted, Mi General? Más de veinte primos en aquella España en tránsito a la modernidad, en la edad en la que uno disfruta de sus primos, escuela de vida y de cómo irse convirtiendo en persona.

Estuve en la ferre, ya digo, y mientras Ángel echaba un vistazo a la instalación eléctrica, me entretuve tocando las cajas en las que se guardaban las puntas, las arandelas, las pilas, los tornillos… ahora está todo desordenado y lleno de telarañas, pero siguen manteniendo la textura y las formas de antaño. Las tocaba con las manos y me parecía ver al abuelo sentado detrás del mostrador, invitando a un café al último cliente que acababa de entrar, contando un chiste a quien pasara por allí o haciendo las cuentas.

Estuve en la ferre. Fue una hermosa manera de pasar la mañana del sábado.

Estuve en la ferre. No se caerá. Porque como cantaba Rosendo: “No sé si estoy en lo cierto, lo cierto es que estoy aquí…”

No

PD: Hablar, hay que hablar. Siempre, y ahora con más motivo. Por eso, no puedo dejar de volver a citar los mismos versos de José Emilio Pacheco que el viernes.

En cierta manera, me reconfortan.

“Para quien no haya visto cuanto yo vi / parecerá mentira lo que pasó. / El mundo es diferente. Todo cambió. / No volverá a ser mío lo que perdí. / ¿Dónde estará el pasado que terminó? / ¿Cuál camino transita quien antes fui?

PS: ayer a la noche, empero, no tuve más remedio que volver a Auden: “Stop all the clocks, cut off the telephone, / Prevent the dog from barking with a juicy bone, / Silence the pianos and with muffled drum / Bring out the coffin, let the mourners come". Ya saben: “Que se paren los relojes, que se corte el teléfono…”

1 comentario:

rebolloa dijo...

Una vez mas, comparto las memorias, aunque me había olvidado de los bocadillos de mantequilla con azúcar. Me hizo recordar la sopa de ajo que el abuelo Manuel, ya mayor, y con las papilas gustativas algo fuera de uso, nunca encontraba lo bastante caliente, hirviera o no. O los bocadillos interminables que se comía Julito, siempre insaciable.

Entonces, envolvían lo que comprara la gente en papel de periódico, y si nos tocaba vigilar la tienda, la caja era ese cajón alado de la ventana, con las pesetas en un organizador gris.

Recuerdo ese mostrador de madera, con la tabla que se levantaba para poder pasar, y la puerta batiente que tenía debajo, como si de una peli de vaqueros se tratara.

El problema, claro está, es que teníamos acceso a cosas que ponían en peligros ciertos insectos, como las abejas. Que cuando te picaron dos veces, te convencí para pillar cuatro botes de RAID, subir al ático donde tenían los abuelos una colmena, y vaciarlos en el panal y las abejas del balcón. Cuando matamos la colonia entera, menuda nos montaron... pero es que yo siempre he tenido poca paciencia para que me toquen las narices, a mi o a mi primo.

De ahí que todavía no me llevo del todo bien con tu amigo que se enrolló con uno de tus primeros amores de Santa Colomba. Entre amigos, eso no se hace joder, no son formas.