20.7.10

El señor Manuel

El año que viene hará veinticinco años de su muerte. Y sin embargo, me lo sigo encontrando por la Sanabria de vez en cuando. Es verdad que cada vez más, muy de vez en cuando, pero me lo sigo encontrando. Una o dos veces al año, no más, pero reconforta. Hace un par de veranos fue el señor Romá el que me habló de él. De su primer reloj, comprado en su casa, que luego fue la mía, con su primer sueldo, apenas con quince años. Me gusta que me hablen de él porque a mí se me fue pronto, con apenas doce años, y no me dio tiempo ni a escucharlo ni a conocerlo algo mejor. Su perfil se me va volviendo cada vez más borroso y apenas soy capaz ya de recordar su voz. Hace año y medio Romá también me dijo, tras acabar un acto público: “qué contento estaría el ti Manuel si viera ahora a uno de sus nietos y a la nieta del ti Francisco compartiendo escenario y Junta tantos años después en Madrid”. Y yo sonreí, claro.

Este domingo fue D. Jesús quien me habló de él. A Jesús hay que tratarlo de don porque así hace todo el mundo en mi pueblo y yo soy un hombre de derechas que respeta las tradiciones. D. Jesús me abrió las puertas de su casa y me enseñó documentos. A una rata de biblioteca indolente como yo no se necesita mucho más para ganárselo. Causas civiles y criminales de la Sanabria del XIX y principios del XX. La historia de varias de las familias más renombradas de la tierra. Algunas pistas nuevas, “la casa de Torres”, abajo, de camino al Campo. Quizá un misterio como el de “la casa de la tía Ysabelilla” que tal vez nunca resuelva. El padre de D. Jesús fue médico en el Mercado varios años y allí se hizo amigo de mi abuelo. Su mujer, la madre de D. Jesús, se hizo asimismo muy amiga de Encarnación. A veces iban a cazar juntos, también con los hermanos de mi abuelo. Los tres hijos de aquel Pedro del que ya les hablé. Estábamos abajo, en lo que fueron las cuadras y yo me iba ya; D. Jesús me miró y me dijo: “no ha habido un comerciante igual en Sanabria, un hombre bueno, alegre, siempre dispuesto a ayudar.”. Nos damos la mano y nos despedimos, y mientras abandono su imponente casa sonrío, claro.

Me gusta que me hablen de él. Al fin y al cabo, a él debo mi nombre, y desde que conocí a Aresti ya sé que, “Pensatzen dut nire izena / nire izana dela, / eta eznaizela ezer espada / nire izena”. Es decir, si Mi General no me corrige: “Pienso que mi nombre es mi ser, / y que no soy / sino mi nombre”.


PS: parecidos razonables, Heriberto Cairo, nuevo rector de mi Facultad, y Karl Marx.

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