5.6.10

Devorando libros

Acabé Los olvidados, un libro sobre la tragedia de centenares de norteamericanos que viajaron a la Unión Soviética durante los años veinte y treinta pensando que allí se estaba labrando el futuro de la Humanidad. Las inversiones de Henry Ford y sus acuerdos con el gobierno soviético empujaron también a muchos norteamericanos a buscar un futuro mejor para ellos y para sus hijos en las nuevas fábricas que se abrían en Rusia. Cometieron un error mortal en sentido literal: muchos de ellos fueron asesinados, y otros muchos abandonados a su suerte por su gobierno. Un libro bien escrito y bien documentado. Con sus héroes y con sus traidores. Gentuza como Walter Duranty, que se permitió escribir en el New York Times en septiembre de 1933, en pleno Holodomor, un artículo que llevaba por título “Abundancia en el norte del Cáucaso”. Gentuza como Joseph Davies, el clásico liberal americano, rico y casado con Marjorie Merriweather, una auténtica nulidad, la antítesis de Sanz Briz, embajador en la Unión Soviética que cerró los ojos con gusto a cuando sucedía delante de sus ojos. Un tipo capaz de telegrafiar a Roosevelt que las confesiones de los juicios farsa de Moscú “tenían visos de credibilidad”, o Henry Wallace, un estúpido vicepresidente norteamericano que se sumó a la farsa y que visitó los campos de trabajo del infierno siberiano sin sospechar nada de lo que veía frente a él

Pero los verdaderos protagonistas del libros son los centenares de ciudadanos de los que nunca se supo ya nada. Como si se los hubiera tragado la tierra, desaparecían nada más salir del recinto de la embajada norteamericana en Moscú. Arthur Talent, que llegó a Moscú con siete años en los años veinte y que fue fusilado con 21 años en 1938, acusado de espionaje a favor de Letonia (¿?), el pastor Hecker, desaparecido, Lovett Fort-Whiteman, desaparecido.

El libro narra las primeras llegadas a Kolimá y al resto de campos, básicos para mantener una economía, la comunista, que necesitaba de mano de obra esclava para sobrevivir y cómo la ayuda norteamericana hizo posible que la industria soviética se desarrollara en aquellas condiciones tan extremas (envío de camiones y barcos, básicamente). El recorrido por la vida en los campos, y por la infame postura de la Administración norteamericana, de no empañar sus relaciones con la tiranía soviética es estremecedor.

Muy pocos volvieron. Gracias a Dios, algunos como Thomas Sgovio vivieron lo suficiente como para contarlo.


PS: “Mientras el Terror entraba en su fase más sangrienta, Joseph Davies informó a los medios estadounidenses sobre sus recientes observaciones: “un maravilloso y estimulante experimento está teniendo lugar en la Unión Soviética. Es un enorme laboratorio en el que se está realizando uno de los mayores experimentos en el terreno de la Administración estatal. La Unión Soviética está haciendo cosas maravillosas. Los dirigentes del gobierno son un grupo de hombres y mujeres sumamente capaces, serios, trabajadores y poderosos

Tzouliadis, T.: Los olvidados. Una tragedia americana en la Rusia de Stalin. Debate, Barcelona, 2009. Página 137

1 comentario:

Anónimo dijo...

Se te olvida hablar, como siempre, de los cientos de miles de muertos del franquismo durante la dictadura. ¿Esos no te interesan? Supongo que no, porque no hay más que leerte para ver que aun queda franquismo en España. Das pena