30.3.10

Mi vecino de enfrente

Cuando estoy en casa suelo ir a trabajar a alguno de los hoteles de mayor nivel que hay en la mi tierra senabresa. Está uno ya mayor para gilipolleces y prefiero estar cómodo a estar incómodo, qué le vamos a hacer. Dentro de la comodidad está, lógicamente, el wifi, así que me turno entre el Parador, de mi amigo Juanjo y Los Meleiros, un remanso de paz gestionado por paisanos y sin embargo amigos, al lado de la carretera. Ayer estuve en los meleiros. En el salón de la tele. Siempre que vengo, inviariablemente, tengo un compañero de salón. Es un hombre de unos setenta años, muy educado y bastante culto. Siempre viene a media mañana con un par de libros y se queda leyendo hasta la hora de comer. Mi maldita timidez hizo que cuando me lo presentaron, hace un año, me mostrara algo distante (eso me dijeron). Ahora cuando nos vemos nos saludamos y comentamos algo de lecturas, poca cosa. Ignoro su nombre pero sé que no tiene hijos y que vive probablemente solo en algún pueblo de por aquí. Cuando lo miro, las manos envejecidas, el respeto a los libros, las gafas, los andares lentos, no puedo dejar de pensar. Quizá yo sea así dentro de treinta o cuarenta años. Cuando, oscurecido de todos, y sin que nadie me recuerde, sin que nadie me conozca, me refugie en mis montañas a leer con ojos cansados, a escribir con pulso tembloroso mientras la lluvia cae, como cae ahora, sobre la mi tierra senabresa.

PS: Azorín escribió en 1907 “Dame, Señor, una casa tranquila y en el campo. Yo quiero tener en ella unos pocos árboles verdes; si esta casa da al mar, yo comprenderé mejor a cada momento la inmensidad del infinito. Yo quiero tener también en esta casa un buen perro que se ponga a mi lado y que me mire silencioso con sus ojos de amor. Yo quiero ver todas las mañanas cómo las puntas de las lejanas montañas se ponen de color de rosa; yo quiero ver por las noches las luces misteriosas de las estrellas. Y así, Señor, deseo pasar el resto de mis días: olvidado de todos, oscurecido, sin que nadie me nombre, sin que nadie me escriba”.

3 comentarios:

perro dijo...

Me ha gustado la cita de Azorín. Y lo del perro, fundamental.

Anónimo dijo...

Hermosa cita.

Y en efecto, la mirada de amor profundo de un perro hacia su amigo humano es una de las cosas más maravillosas e impagables que puede dar la vida.

Anónimo dijo...

Amigo Perdiu, no sea usted tan tímido. Cuando una persona mayor se va, se va con ella un libro vivo de la biblioteca de la humanidad. En el supuesto que nos deje su obra escrita (porcentaje mínimo quienes lo hacen), será una interpretación de su historia... no su historia. Me gusta mucho la lectura, pero siempre he sacado más provecho de los libros vivos.

Los ancianos están ahí como si de una biblioteca de la historia se tratara, para que alguien se acerque ellos y poder enseñarnos a través de sus vivencias, aquello a lo que dificilmente se puede acceder a través de la sola reflexión. Los seres humanos no solamente vemos las cosas a través de los ojos del conocimiento, las vemos también con los ojos de la edad. Es una suerte en tus años mozos, poder, con cierta anticipación, ponerte las gafas que inevitablemete te pondrá el tiempo. Atrévete.

Recibe un cordial saludo Perdiu,

Pablo el herrero