15.2.10

Historias de la mía tierra

Situémonos primero en el contexto. Hijo de rey. Con varios hermanos bastardos. La convulsa Castilla del siglo XIV. La que luego sería conocida como la Guerra de los cien años asolando la actual Francia. Una feroz epidemia de peste negra ha asolado el reino cuando él aún es un niño. Es más, su padre morirá de peste. Las cosechas se vuelven malas porque no hay quien las recoja. Tensión en el campo, es decir, en casi toda Castilla, con los nobles intentando que sus ingresos no mengüen.

En este contexto creció el que sería el rey don Pedro I de Castilla. Su figura sigue causando polémica. Al igual que el Rey Prudente, Felipe II, tuvo la mala suerte de que vida la contaran sus enemigos, especialmente aquel López de Ayala que cambió de bando cuando las cosas se torcieron. Durante siglos fue el paradigma de un rey loco y psicópata, que disfrutaba causando daño. Llegado el siglo XIX, la reacción romántica lo convirtió en un paladín de las libertades del pueblo frente a la nobleza.

Subió al trono siendo un niño, vivió la vida sin tregua, se casó por motivos del Estado pero trató con gran injuticia a la reina, doña Blanca de Borbón. Incluso se piensa que la asesinó. Y es que su gran amor fue María de Padilla. Fue duro con sus rivales, con un esquema de valores que no entendemos desde el siglo XX. Y estallaron las guerras. A un lado la nobleza, cada vez más numerosa ante el temor que le causaban las acciones del rey, capitaneada por su hermano bastardo, Enrique, y junto con ellas algunas ciudades del interior, básicamente Burgos, Valladolid, Toledo… Al otro lado los leales al rey, cada vez menos, los judíos y algunas zonas periféricas, como Galicia, San Sebastián o Zamora.

Todo acabó en Montiel en marzo de 1369. Pedro perdió la batalla y se refugió en el castillo. Du Guesclen, un mercenario francés, entró en contactos con Men Rodríguez de Sanabria, uno de los caballeros del rey. Men le propuso que dejara escapar al rey a cambio de varias mercedes, y el mercenario francés hizo como que aceptaba, para finalmente conducirlo al matadero. La trampa funcionó y en una tienda se vieron los dos hermanos. No se reconocieron porque hacía más de diez años que no se veían. Allí Enrique mató a Pedro y quedó sin rivales para ser rey de Castilla. Ahí murió la Casa de Borgoña. Ambos linajes se fundirían de nuevo pues Enrique III, nieto de Enrique el bastardo, casó con una nieta de Pedro. Nunca he sabido el papel que de verdad jugó Men en la captura de su rey, pues López de Ayala no lo aclara.

Durante tres años los leales como Men se refugiaron en Galicia y allí se mantuvo alzada la bandera del rey legítimo. Pero fue una resistencia imposible. Imagino a los legitimistas, en Ginzo y en Porto, en Calabor y en La Gudiña, las tardes de otoño con lluvia y viento, mientras la historia seguía firme su curso y los iba, poco a poco, olvidando.

He leído recientemente el libro de Julio Valdeón dedica al conflicto entre el rey Pedro y su hermano bastardo Enrique. Desarrolla bien la historia que les he contado.

Una rey amigo de los judíos, que tenía en Zamora uno de sus bastiones y cuyo escudero se llamaba Men Rodríguez de Sanabria, nacido en y señor de la Puebla de Sanabria.

¿Cómo no tener por él cierta simpatía?

PS: Borges escribió una vez: “ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse mortal”.

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