31.7.09

Sigamos con los poemas

Si hoy es mi primer día de vacaciones, el poema que me acompaña no puede ser más que este:

Has subido al desván la ropa de entretiempo
y presagias jornadas
de fastidiosa corrección de exámenes
y eventuales disturbios neurasténicos
cuando te quedes solo en este quinto piso
de una calle con nombre liberal.

Mirando al sesgo los escaparates
compruebas que regresa el rancio estilo
de los años cincuenta (en bañadores)
y alguien te dice que se marcha al Turco
o al balneario castrista.

Entonces te preguntas
cómo será el verano de Rafael Ubierna
en su risueño cementerio cántabro,
sobre el mar que lo arrulla con dolientes peanes;
cómo, el verano de Perico Urquiza,
capitán de mercantes por heladas derrotas;
cómo, el de Antón Eguía, monje en Silos,
que fuera diestro cazador de chochas,
o el de Pepe Lecanda,
asidua carne de hospital psiquiátrico,
de cuyos diez intentos de suicidio
fue cada cual peor
que el anterior.

Sin transición pasasteis, hace un cuarto de siglo,
de Karl May a Karl Marx. De marzo a mayo,
vuestras primeras novias buscaron el arrimo
de discretos garzones unidimensionales.

Y acertaron, sin duda, pues vosotros,
ajenos a los usos de la vida,
confundíais aquello
que aliviaros podía del tiempo y sus estragos
(es decir, esa suerte de rutina apacible,
muro de hábitos nimios que los sabios erigen
frente a las embestidas del impulso tanático)
con cierto desarreglo vagamente romántico.

A quién pedirás cuentas de tus años inútiles,
parte maldita que cediste al viento,
hoy, que empieza el verano
y te faltan las viejas amistades.


Lo escribió Jon Juaristi, pertence a su libro Los paisajes domésticos y lleva por título, claro, Las viejas amistades.

Por cierto que nos vamos a Barcelona y de ahí a la Finlandia oriental.
Pero hoy, ya ven, no tengo ganas de nada.

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